Éste es el libro que elegí para mi viaje al
camino de Santiago. Sabía, por el número de páginas y lo apretado de las
letras, que me iba a durar por mucho que leyera. El tamaño también importaba en
un viaje en el que se ha de llevar todo siempre encima. Hubo otras opciones
pero la forma de diario y las ojeadas que le eché en la librería hizo que lo
llevara.
En 1786 el escritor alemán se fue de viaje
sin decírselo a nadie. Se fue a Italia a empaparse por sí mismo en el arte y la
vida de la Italia de entonces. “Ahora sólo me importan las sensaciones, que
ningún libro o imagen pueden recoger. Lo que cuenta es que el mundo me interesa
de nuevo, que pongo a prueba mi espíritu de observación y examino los límites
de mi sabiduría y mis conocimientos”.
Hay una anécdota que me ha recordado mucho a
lo que le pasó a M.C. Escher en España: por dibujar unas murallas defensivas
(creo que en Cartagena) estuvo detenido por ser sospechoso de espionaje o
terrorismo. Le costó convencer a los policías que sólo era un artista en busca
de motivos e inspiración. A Goethe lo sorprendieron dibujando unas ruinas, “me
preguntaron qué podía tener aquello de notable si no se trataba más que de una
ruina”. El poeta se explicó diciendo que
las torres de Malsecina tenían para él solo un interés artístico al igual que
el anfiteatro de Verona. La gente se arremolinó alrededor de los dos hombres y
Goethe se fue ganando la admiración y la confianza de todos explicando su
viaje, los sitios que ya había visitado y la erudición que mostraba de las
cosas de Italia. Al fin lo dejaron libre
y en paz. Al final el mismo policía fue amonestado por la muchedumbre y él
despedido entre vítores.
Cuando llega a Venecia exclama que por fin
verán sus ojos la belleza esperada durante toda su vida; y el sentimiento de
soledad: “Ahora me será dado gozar de una auténtica soledad, por la que tan a menudo
he suspirado con nostalgia; pues en
ninguna parte se siente más solo que entre el gentío”. En mi viaje en tren me
identifiqué con esas palabras.
En una ocasión coincidió en un coche de
caballos con un oficial del vaticano vestido con uniforme. Para hablar de algo
Goethe le mencionó asuntos sobre los soldados alemanes pero el otro le soltó: “No
lo tome a mal. Usted podrá sentir simpatía por la vida soldadesca, puesto que
oigo decir que en Alemania todo es militar, pero en lo que a mí respecta
preferiría quitarme este uniforme y administrar las propiedades de mi padre,
pero como soy el menor de los hermanos debo conformarme”.
El libro está plagado de anécdotas de este
tipo. Él fue allí de viaje para aprender de arte: para apreciarlo, observarlo y
descubrir las técnicas del dibujo y el color. Sin embargo quizá sea esa faceta
la que menos me ha gustado. Demasiadas descripciones, demasiado prolijo. Pero
al final, como se dice, el regusto de su lectura ha sido positivo. Otra
anécdota para terminar: A Neri, la Iglesia lo envió para estudiar un posible
caso de santidad en una monja. Cuando éste llegó al convento lo primero que
pidió a la monja era que le limpiara
unas botas sucias de barro. La monja se espantó diciendo que no estaba allí
para servir al primero que llegara. Entonces sin más se marchó. Cuando le
preguntaron sobre lo ocurrido explicó: “no es ninguna santa, le falta la
primera de las virtudes, la humildad”. A
la monja se le prohibió seguir obrando milagros. Sic.