viernes, 11 de agosto de 2023

DIARIOS I. JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO.

    Yo había oído nombrar a este escritor y periodista a mi incondicional Trapiello, además de haber leído algún artículo suyo. Pero lo que me hizo comprar estos dos ejemplares de los diarios, mil y pico páginas cada uno, es la recomendación de un conocido al ser esta edición parte de las obras completas llevadas a cabo por la Fundación Jorge Guillén sita en Valladolid. Me ha gustado y todos me entenderán que han sido el sucedáneo a los de aquél, Trapiello, mientras no publique otro de sus tomos. Después de presentaciones y prólogos la primera página, la primera en la frente: “Estos hombres ya han pasado los sesenta, sus rostros se han deformado, su cuerpo ha engrosado. Están en ese instante en que el ser humano medio se cree estafado por la vida, y, por lo tanto, con la política”. Sí, un mazazo, pero certero. Ejemplo de comenzar un libro justo a tiempo. Trapiello lo nombra muchas veces como un tipo noble, buena persona, de cultura vastísima.

  No he subrayado mucho pero en algunos casos he empleado el asterisco a toda una página para señalar lo importante del tema. Como en esa, la 163 en que hace decir  B. Russell que con la suficiente coerción y dinero en el transcurso de treinta años puede hacer que la mayoría crea que dos más dos son tres.

  “La pobreza puede degradar a algunos, la riqueza vuelve estúpidos a todos”. L. Cernuda.

    

“G. me cuenta que cuando X fue alcalde de cierta ciudad descubrió un fondo de reptiles para periodistas y lo suprimió. Así que, enseguida, comenzaron ciertas campañas de prensa contra él: toda una pintura de odio”. 1984.

  Quizá leyendo esto encontremos explicación a tanto seguidismo. A apoyos tan desmesurados y enconos tan furibundos. Leyendo algunos periódicos uno puede seguir el rastro del dinero.

  Lo malo es que luego “Más tarde, X fue asesinado, y creo que se encontró a sus asesinos, que adujeron motivaciones políticas argumentadas en aquella campaña”.

 

 

 

  La Cruz de los Caídos me parece un espanto independientemente de su significado. Es como decir: no queríais la cruz, pues tomad dos tazas. Jiménez Lozano se queja (primeros de los noventa) que en las escuelas se quiten los crucifijos porque, dicen, los niños se pueden ver traumatizados al contemplar a un ser sufriente. Jiménez Lozano protesta porque efectivamente deberían ver un ser que ha sufrido, como deberían saber que existió Auschwitz. No sé. No estoy de acuerdo. No estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dice. Por ejemplo que El Nombre de la Rosa es una novelita.

 Como todos los buenos libros éste remite a otros. Al final de este tomo habla de su amor por la literatura y cultura japonesa. Kawabata, Oé, etc. Pero habla de uno a quien yo no conocía: Tanizaki y sus primeros tomos a quien le están fascinando.

  Cuenta chismes literarios que son buenísimos. Como aquella vez en que invitaron a una delegación americana a la URSS y apareció Truman Capote vestido de manera estrafalaria. El jefe de la delegación se excusó: ya sabe usted cómo son los escritores. A lo que el ministro soviético de cultura dijo: “Nosotros también los tenemos así, pero no los enseñamos”.

  Me han encantado. Su lectura es una especie de trance agradable en el que no se siente el pasar de las páginas. Uno va por la ochocientas importándole bien poco que queden otras trescientas. Y sabiendo, además, que queda otro volumen semejante. Pero a ese otro le tocará cuando haya leído cuatro o cinco apetitosos.

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