viernes, 26 de febrero de 2021

CARLOS V, EL CESAR Y EL HOMBRE. Manuel Fernández Álvarez.

  Hace dos años largos mi tía Milagros me devolvió los libros de María Belmonte que tanto me gustaron, Los Senderos del Mar y el de los viajeros por Grecia y Roma. A ella también le gustaron mucho y quiso agradecérmelo con este presente. Hasta entonces lo tenía en pendientes, más o menos cerca de la rampa de salida. La verdad es que el tamaño impresiona. Pero luego no es tan fiero el animal como pintaba. Se deja leer bien y las páginas desfilan a gran velocidad. Según mi billete de lotería -no premiado- he tardado doce días.

  Mientras lo leía he reflexionado varias veces con seguir o no frecuentando las novelas puras, la ficción. Qué más apasionante que la vida en crónica contada por un buen historiador: Hay amor (qué bueno imaginar las bodas del joven emperador con la Isabel de Portugal en Sevilla), las urgencias por consumar, una unión de estado convertida enseguida en acto de amor. Los viajes a Granada donde, se dice, está el edificio más bonito del mundo: La Alhambra: bella por dentro, bella las vistas desde afuera y hacia fuera. Las guerras contra Francia, contra los turcos. Los Comuneros. El coñazo de los catalanes, que en uno de sus viajes a Barcelona está a punto de levantarse de la cama por la algarabía callejera de protestas. Los cambios de guión: El saqueo de Roma por las tropas imperiales en mayo de 1527 ¿quién se iba a imaginar eso? Pues explica los motivos. Las anécdotas, como las quejas de un catedrático en la Universidad de Salamanca, Hernando de la Torre, ciego, erudito, magnífico profesor a quien por envidia le arrebatan el puesto. Sus quejas en forma de carta le llegan al Emperador que tiene que intervenir para deshacer el entuerto.

  Se habla mucho de los tercios españoles. Eran unos tipos pequeñajos, renegridos, "pegados a las paredes como murciélagos". Éramos el terror de media Europa. En estas cosas y en otras se fundamenta nuestro triste continente. Las guerras de religión: Lutero, las desavenencias con el Papa de turno, las disputas interminables con el rey de Francia. Antes, los apagafuegos de los Comuneros, y luego los alzamientos en Baleares: “El duro castigo que recibieron los cabecillas del alzamiento dejó tan atemorizada a la isla, que ya no volvería a levantarse contra el Emperador”.

  También se habla (se habla de muchísimas cosas) de su relación con los más competentes artistas de su tiempo, sobre todo Tiziano. Y Juan Vermeyen, que dejó plasmadas en sus lienzos escenas de grandes batallas.

  Y cómo no recordar el influjo que tuvo todo el oro y la plata que vino del nuevo mundo gracias a Hernán Cortés, Pizarro y los grandes viajes alrededor del mundo. Las noticias -y las riquezas- que llegaban del otro lado del océano eran las que se contaban en las obras de ficción literaria. Los mundos de grandes maravillas.

Carlos V nació en el 1500 y murió en el 1558, justo a mi edad actual. Más que viejo avejentado como dice el autor. La gota, los excesos, la trabajera viajera por media Europa en guerras sin fin. Hacia el final, ya en Yuste, uno de sus médicos le recomienda fervientemente que deje la cerveza. Él “respondió que no lo haría”.

  Qué malito debió sentirse la última vez que montó en un caballo. La última vez que superó un puerto: Rápidamente pidió que lo descabalgaran, ya para siempre. “¡Ya no franquearé otro puerto que el de la muerte!”.

  Una lectura sumamente interesante que me ha hecho aumentar apetito de más. Su obra sobre el hijo, Felipe II, o sobre su madre: Juana la Loca.


 

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