Hace un par de semanas escuché una tertulia en la que se trataba la figura del escritor y periodista Chaves Nogales. Trapiello, Jabois y F. Garmendia. He leído varios libros y siempre con mucho interés y placer. Este no. Y nada más decir F. Garmendia que en su opinión era el mejor, me hizo ir al día siguiente a comprarlo. En la atractiva editorial Libros del Asteroide.
“Se ha demostrado que es punto menos que imposible paralizar la vida de una gran ciudad, conseguir que dejen de circular sus tranvías, impedir que funcionen sus teatros y sus cines, hacer que se cierren sus mercados y sus bazares, que los guardias dejen de regular el tráfico y los carteros de repartir las cartas”.
Qué pensaría si pudiera ver lo que pasa ahora mismo en el mundo.
Está escrito en el año 40, después de llevar exiliado desde el 36, perseguido y asqueado de la guerra en España. Nada más comenzar la lectura he sentido la necesidad de coger un lápiz para subrayar. Creo que he elegido el mejor momento. El gobierno de Francia está siendo entregado a las autoridades nazis de tal manera que todos los que buscan un refugio de libertad y democracia están en peligro. Pero dice que la vida sigue, en principio como si tal cosa.
Habla de las absurdas reacciones de los franceses ante la inminente catástrofe, escenas de egoísmo e imbecilidad. No les da cuartelillo. Y me recuerda mucho a nuestras reacciones ante esta pandemia, que ya es como una guerra en la que el enemigo es el bicho. Decía que al mínimo rumor de que iba a escasear el café o el azúcar cuarenta millones de franceses acudían en masa a comprar esos productos como para medio año. Así, claro, escaseaban. Aquí en España ha pasado ya, incomprensiblemente, con el papel higiénico, mostrando una estampa más bien ridícula al convertirnos en una masa de cagones.
Otra cosa que ha empezado a pasar cada vez más:
“Cuando llegó el 15 de septiembre, fecha en que tradicionalmente se paga el trimestre de los alquileres, los propietarios de casas de París no vieron un céntimo”.
Al no pagar los alquileres no pagaban lógicamente las calefacciones centrales con lo cual la gente se hacía con carbón al por menor con lo cual se convirtió todo en un sistema anárquico y caótico. En eso estamos.
“Toda Francia era una creación espiritual conseguida en veinte siglos de civilización, de lucha constante contra la barbarie”. Todo eso se vino abajo ante la amenaza de la invasión. Más vale rendirse al invasor, pensaban algunos políticos, que perder un millón de vidas. Hay que recordar que Francia entregó a los nazis a miles de individuos perseguidos en otras partes y que buscaron refugio en un país como Francia, adalid de la libertad y la democracia. El miedo. “Por miedo a Moscú, las derechas francesas entregaban a Francia a la voluntad de Alemania e Italia”.
La podredumbre de una democracia, el mayor peligro: los regímenes totalitarios no marcan una superioridad sobre las democracias más que cuando éstas se hallan interiormente podridas”.
“La propaganda totalitaria se hace a base del sofisma de que, puesto que hay democracias podridas, la podredumbre es inherente al régimen democrático”.
Francia no estaba por la labor de la guerra. Ni estaba preparada para una guerra moderna. “Humorísticamente decíase en los medios militares franceses que el Estado Mayor va siempre con una guerra de retraso. En 1914 quería hacer la guerra como en 1870 y en 1939 estaba pensando todavía en la guerra de 1914”.
El estilo es fresco y me recuerda algunas veces al mejor Pla: “Este fenómeno de falta de imaginación colectiva es esencialísimo si se quiere comprender la catástrofe de Francia”.
En definitiva un libro importante, esencial, de apenas 180 páginas que pesa como todo un tratado de historia primordial. Ameno, inspirado, interesante, inolvidable. Durante estos días no he hecho otra cosa que recordar y comentar todo lo que lleva dentro.
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