Lo he leído en apenas dos días. Me imaginaba otra cosa. Acertaron los editores en titularlo Diario Íntimo, de Unamuno, porque así no deja entrever de qué se trata realmente. Se trata, más que de un diario de quehaceres, de lecturas, de viajes o de conversaciones; de reflexiones, ideas muchas veces repetitivas en torno a la fe, a la religión, a la muerte, al más allá y en sufrimientos y vértigos provocados por el demasiado intelectualismo.
Hay párrafos enteros en latín, frases en griego y párrafos copiados de la Biblia. Se trata de cinco cuadernos encontrados entre las cosas del pensador vasco. Ya avisan los editores que están escrito muchas veces de manera un tanto sui géneris, tanto en la construcción de las frases como en la forma de acentuación (molesta mucho ver todas las “ases” acentuadas) así como ver en las interrogantes ¿Porquéses? Así, todo junto.
No obstante se le pueden sacar algunas cosas de interés. De San Felipe Neri: “El verdadero siervo de Dios no conoce más patria que el cielo”. Esto no debieron leerlo los descendientes vascos servidores de la iglesia vasca los cuales hacían más política terrenal que celestial condenando casi a las víctimas del terrorismo y “salvando” a los asesinos.
Otra cosa que se repite también mucho en su Vida de Don Quijote y Sancho, como: “¿Qué es hoy, en la tierra, Cervantes más que Don Quijote?” Esa es la grandeza del escritor: haber creado una criatura tan viva en el recuerdo como a las criaturas de carne y hueso.
Cuando escribe estas cosas todavía le faltaban por vivir más de una treintena de años y ya estaba obsesionado con la muerte: “Sólo se comprende la vida a la luz de la muerte. Prepararse a morir es vivir naturalmente”.
“A nadie le aterra ni sobrecoge el meditar en la vida de Dios antes de la creación del mundo, el imaginar una eternidad antes del tiempo ¿por qué ha de sobrecogernos la idea de la vida de Dios después de la creación, si esta se disuelve en un día?”.
“No hay música más grande ni más sublime que el silencio, pero somos muy débiles para entenderla y sentirla”.
Y más que a la muerte se teme a la nada, a no sentir, a preferir incluso el infierno porque así al menos, sufriendo, se vive. “En el infierno –me decía- se sufre, pero se vive, y el caso es vivir, ser, aunque sea sufriendo”.
El sentimiento del que no quiere morir ni vivir; cómo escapar: “¡Cuántos de los que se suicidan lo harán por liberarse de sí mismos y no de una vida gravosa!”.
Madre mía si Unamuno levantara ahora la cabeza y viera en qué se ha convertido el mundo; que no digo yo que sea peor, que ya bastante malo era el suyo, pero se queja de los insultos que le prodigan. “¿Qué diferencia hay de los insultos oídos a los que llegan a nosotros? ¿Por qué hemos de inquietarnos y dolernos de ofensas que en no oyéndolas, es como si no hubieren sido? Lo triste es que daban salida a sus malas pasiones”. Ahora no puede uno dejar de oír los insultos porque hay millones de altavoces prestados a todo tipo de voces.
La aterradora idea de la eternidad: “Porque cójanle a un hombre en un momento cualquiera de su vida, el que crea más feliz, y háganle creer que ese momento se eternizará y hará perdurable, y a poco que se pare verá en ello un infierno”.
Hasta otra profesor Unamuno.
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