miércoles, 27 de enero de 2021

ANDREA ABREU. PANZA DE BURRO.

 

  Esta novela la he leído después de leer encendidas reseñas positivas. De una editorial pequeña e independiente: Barret. Su autora, una joven de la edad de mi hija Sara, es canaria, de un pueblo al norte de Tenerife. Después de diferentes periplos se estableció en Madrid donde ha ejercido diferentes oficios; antes estudió periodismo en la Universidad de La Laguna y un máster en la Rey Juan Carlos en Madrid. Un día se apuntó a un taller de literatura en Fuentetaja, cuya profesora era Sabina Urraca. Después de colaboraciones en diferentes medios y de varios premios, menores (para quien empieza seguro que es el premio más importante del mundo), y alentada por Urraca, la editora (su primer libro editado) escribió su primera novela: ésta.

  En el comienzo del libro  se encuentra el prólogo de Urraca: elogioso, bien escrito, invitador, apasionado, enamorado, seis páginas que presenta la obra como algo inaudito, extraordinario. “He pensado que podría expresarse a través de un grito en una playa. Nada más”.

  Me queda una duda. A lo largo de mi vida he asistido a clases de pintura, de dibujo. La evolución ha sido espectacular, y en pocos meses realizaba obras más que aceptables; algunas realmente meritorias. Después, cuando dejaba las clases e intentaba por mí mismo hacer cosas parecidas las diferencias eran notables, a peor. Aquí, en el caso que nos ocupa ha podido ocurrir lo mismo, que no digo yo que sí. Pero hay que recordar que Abreu asiste a las clases de Urraca y va entregando los capítulos temporalmente, imagino que recibiendo consejos, instrucciones e ideas, aunque, por supuesto el núcleo de todo esté en la escritora. Dice Urraca que contiene un pulso poético y una falta total de miedo. Y que sintió envidia. En muchos comentarios sobre  esta novela he visto cosas parecidas: que sintieron envidia al leerla.

  Mi impresión: es una novela de una mujer joven con mucha frescura y con imágenes potentes que se quedan en la memoria, de momento durante los días que hace que terminé. La narradora es apenas una adolescente que vive en una aldea en la sierra, en Tenerife. Es la voz de una niña que está penetrando en la vida y aún no ha dejado las muñecas. Y lo ve todo con ojos asombrados. Es ciertamente valiente para contar las cosas que cuenta. Son las cosas que de una u otra forma nos han pasado a todos pero que mantenemos escondido en nuestro corazón para bien o para mal.

  En determinados capítulos se hace eco del habla peculiar de la región y lo hace muy bien. A uno le da la impresión que oye a alguien hablando en venezolano o en cubano o en canario. Ya lo hizo Cabrera Infante, Pedro Juan Gutiérrez, etc.

  El personaje con la que la narradora se identifica y a la que admira sobre todas las cosas es su amiga Isora. A Isora no le da vergüenza hablar con los mayores o con las señoras o con gente de fuera. Admira su desparpajo y se deja arrastrar por ella.

  Tiene una riqueza de palabras grande: “La noche de San Juan mi abuela formó una fogalera gigante”. “humasera”, “todo machurriado”.

  En definitiva, la novela le he leído en unas pocas horas y no me ha aburrido nada. Aunque tan fuerte me la habían presentado que tampoco es para tanto. Es un mundo intenso como lo es el mundo de una adolescente.

  Dice Trapiello que un libro escrito en otra edición dice cosas distintas. Este libro está editado, como se dice de las comidas ricas, con cariño. Huele muy bien a tinta fresca. Hojas ligeramente amarillas de calidad. Y en el sobre de promoción dice que han vendido ¡20.000 ejemplares! Me alegro muchísimo y espero que este éxito le sirva para emprender otros proyectos.

 

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