domingo, 10 de enero de 2021

MIRCEA CARTARESCU. SOLENOIDE.

 

   Lo primero decir que Mircea me parece un tipo algo trastornado, raro, extraño, iluminado, fascinante, poético, genial. Hay una imagen en este libro que desvela su profundidad, nunca mejor dicho.  Habla de sueños y cuenta que la experiencia de los sueños es como los buscadores de perlas en el mar. En la noche hasta cuatro veces nos hundimos en las profundidades de nuestra mente a buscar la perla que le dé sentido, pero la mayoría de las veces tenemos que  subir con arena que se desliza entre los dedos y al final se queda en nada. Abusa un poco de los sueños. Páginas y páginas dedicadas al mundo onírico tan lleno de símbolos, terrores, ahogos.

  Sobre las quinientas páginas he anotado en la funda (siempre enfundo mis libros para leer) las siguientes palabras, de lo que va el libro: Recuerdos de la infancia, diarios de un profesor frustrado, relaciones más o menos amorosas, ciencia, obsesiones matemáticas, poesía y desde un punto más o menos a la mitad del libro descripciones de sueños, sueños extraños como lo son todos, anotaciones eruditas, hechos extraordinarios de historia, semblanzas biográficas; más sueños. Al final el lector se harta de vivir en esos sueños. Los sueños son como el olor corporal: los nuestros se pueden soportar, no los otros.

  Habla de los Piquetistas, una especie de cofradía en contra de la muerte. Se reúnen en torno a cementerios, funerarias, hospitales: ¡no a la muerte! ¡no a la enfermedad! ¡no a la extinción! A mí me dan ganas de unirme pero me parece que 1. No existen de verdad, 2. No serviría para nada. En la página 363  y durante tres o cuatro se pega una rajada de espanto. No sirve de nada pero consuela un poco, que es de lo que se trata: “¿Qué imaginación monstruosa envolvió la conciencia en carne?”. “¿Quién nos ha arrojado desde las alturas?”. Y así. No admitir la muerte como las ovejas resignadas enviadas al matadero.

  Tiene reflexiones brillantes en torno a la literatura. Cuenta que en una época leyó absolutamente todo. Todas las horas de estar despierto, leyendo. Y las horas del sueño, para anotarlas nada más despertar. Cientos de sueños anotados con precisión de explorador: "Ninguna novela ha señalado alguna vez un camino, todas absolutamente todas, se reabsorben en el inútil vacío de la literatura. El mundo se ha llenado de millones de novelas que escamotean el único sentido que ha tenido la literatura: el de comprenderte a ti mismo hasta el final, hasta la única cámara del laberinto de tu mente en la que no te está permitido entrar”.

  Nos habla de sus parejas. De la que se convierte en su mujer. Y de pronto nos habla de cosas asombrosas, como por ejemplo detalles biográficos del científico Nicolai Minovici, el cual experimentaba con su propio ahorcamiento para saber qué se siente. Y anota las sensaciones y hace láminas con fotografías. Tanto experimentó, junto a reflejos sexuales de diversa índole, que terminó muriendo debido a las lesiones. Después, también sin venir mucho a cuento, habla del Mary Celeste, un barco que apareció no muy lejos de las Azores en mil ochocientos y pico y sin tripulación. Tenía provisiones, los abrigos colgados, y aparentemente nada que sospechara una revuelta. Sencillamente todos habían desaparecido. Salió de América y se dirigía a Génova. Las cosas inexplicables que pasan.

  También habla repetidamente de una novela que le cambió la vida: El Tábano, de Ethel Lylian Voinich. Que le hizo llorar. Una novela sobre la unificación italiana, revolución, etc. Ya estoy buscando una edición decente en español.

  Melancolía por una infancia triste en una ciudad Bucarest, triste: “Los barrios de la infancia han dejado de existir”.

  Me gusta porque muchas veces me identifico en sus obsesiones. Sus miedosas visitas al dentista: “Vivía únicamente la anticipación del dolor”. “Los fontaneros y los pintores a los que tengo que recurrir a veces me intimidan tanto como si me encontrara en presencia de unos sabios o de unos profesores universitarios”.

  Otra imagen que dejó atrapado durante un buen rato es cuando hablaba de hormigas. Y me recordó la anécdota de El Pájaro pintado, esa novela en la que se habla del castigo al diferente: “Atrapaba a una hormiga grande y roja y la soltaba en el hueco inferior de la pera. Luego contemplaba a del cristal transparente cómo avanzaba por el tubo que sale del cuerpo de la pera, pero sin tocarla. La hormiga volvía a aparecer con otro color… Había adquirido unos intensos matices azules, amarillos, rosas, violetas. Si volvía a colocarla entre sus semejantes, junto al hormiguero, las otras hormigas la atacaban con una ferocidad extraordinaria, la desmembraban y alejaban sus restos todo lo que podían. Así que preferí guardarlas en frascos de medicamentos hasta que morían”. 

  Considero que le sobran páginas y creo que esta novela, y lo digo después de leer también El ojo castaño de nuestro amor, es en esencia el compendio de lo que tiene o puede ofrecer a sus lectores. Se repiten muchos de sus recuerdos, obsesiones, sueños. Me considero por tanto vacunado de Cartarescu. Hasta nuevo aviso no más. Desde la página 68 a la 697 se repite una palabra: “socorro”. Socorro de estar vivo y ser consciente. 

     “El infierno está en nosotros, pero también el paraíso”.

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