Este es el tercer libro que leo del escritor
italiano, de Trieste –ahora en plena peste moderna del coronavirus-
especializado en literatura alemana. Dice su biografía del interior de la
solapa que es catedrático en la Universidad que le vio nacer, aparte de
ensayista y traductor de Ibsen, Kleist, Schitzezler.
Los dos primeros me gustaron de manera
entusiasta: El Danubio, este en la colección de oro de la firma Anagrama, el
cual tengo lleno de pegatinas y subrayados fue objeto de varios premios y de grandes
elogios, a mi modo de ver, bastante justos. Pues bien, este libro lo compré en
el mercado de San Fernando en el puesto de venta de libros al peso. El
dependiente me dijo que, claro, no era igual un libro que otro pero que Magris
siempre sería mejor que muchos de los que vendía allí, pero que el precio era
el mismo. Es una edición de Anagrama en perfecto estado. Año de edición 1999. Los
libros de esta edición aguantan muy bien el paso del tiempo.
En el libro se cuentan historias, crónicas, reseñas
literarias de libros de allá, fiestas populares, personajes, dichos y anécdotas
familiares en torno a la ciudad de Triste.
Por ejemplo habla de un personaje entrañable
para él, su abuelo Francesco de Grisogono. Decía en una hoja encontrada entre
sus cosas que “había cesado de existir sin haber podido nunca comenzar a vivir”.
“Nacido en Sebenico, Dalmacia, 2n 1861,
crecido en condiciones difíciles y sin poder llevar a término los amadísimos
estudios de filosofía y ciencias matemáticas en Viena… se había visto
obstaculizado, durante toda la vida, por adversidades de distinta índole,
excluido todo contacto con el mundo de la investigación”. Qué penita leer estas
cosas viendo las oportunidades que se tienen ahora y lo mucho que lo
desaprovecha la gente.
Hace reflexiones de esas un poco tontas pero
que tanto me gustan. Quizá porque yo también las piense de manera parecida pero
tan torpe para llevarlas al papel:
“Sin judíos, los alemanes son un cuerpo
carente de una sustancia necesaria para el organismo; los judíos son más
autosuficientes, pero en casi todo judío hay algo de alemán. Toda pureza étnica
conduce al raquitismo y al bocio. El nazismo, como toda barbarie, fue también
imbécil y autolesionista, al exterminar a millones de judíos; mutiló la
civilizzción alemana y destruyó, quién sabe si para siempre, la centroeuropea”.
“Narrar es guerrilla contra el olvido y
connivencia con él; si la muerte no existiera, tal vez nadie relataría nada.
Cuanto más humilde es el sujeto de una historia, más se advierte la relación
con la muerte”.
“¿Cómo, otra vez escribiendo? Escribir,
escribir, siempre… no es bueno. Un poco, vale, pero no demasiado. Mejor
escribir menos y pensar un poco más”.
“El fascismo gobernaba y daba trabajo y por
consiguiente era justo que un trabajador fuera fascista”.
Unas palabras sobre Svevo: “el escritor
escrutó a fondo la ambigüedad y el vacío de la vida, viendo cómo las cosas no
están bien y continuando su vida como si lo estuvieran, desvelando el caos y
fingiendo no haberlo visto, cayendo en la cuenta de lo poco deseable y amable
que es la vida y aprendiendo a desearla y a amarla intensamente”.
“Tal
vez sea eso el pecado original, ser incapaces de amar y de ser felices, de
vivir a fondo el tiempo, el instante, sin la manía de quemarlo, de hacer que
acabe pronto. Incapacidad de persuasión, decía Michelstaedter. El pecado
original introduce la muerte, que toma posesión de la vida, la hace sentir
insoportable en cada una de las horas que acarrea en su transcurso, y obliga a
destruir el tiempo de la vida, a hacerlo pasar pronto, como una enfermedad;
matar el tiempo, una forma educada de suicidio”.
“…a lo mejor también la muerte es el fruto de
esta costumbre del olvido, que tal vez se muere porque nos olvidamos de que
somos inmortales”.
Ni quiero ni puedo añadir una palabra más.
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