viernes, 24 de mayo de 2019

DIARIOS. JOHN CHEEVER.



  Ahh!! Los diarios. Cuánto me gustan los diarios de los escritores. A veces me pregunto cuándo ocurrió esto o lo otro. Se mezclan las cosas en una amalgama de años y acontecimientos. Muertes, viajes, enfermedades, accidentes, lecturas, reuniones, enfados, películas, pensamientos y reflexiones. Todo depositado en capas sin poder darles un mínimo sentido del orden. Con los diarios este problema se arregla un poco.
  “Mientras me afeito y trato de reconciliarme conmigo, pienso que soy un hombre pequeño, de pies pequeños, de polla pequeña, manos y cintura pequeñas y que así son las cosas. Debo limitar mis tentaciones a las mujeres diminutas, sentarme en sillas pequeñas, etcétera. Y entonces recuerdo mi odio hacia los hombres pequeños, aquellos cuya incurable juventud los cubre como una mancha. Cómo detesto los pies pequeños, las manos pequeñas, los hombres de cintura pequeña situados detrás de sus pequeñas esposas en las fiestas, en un reino de tímida pequeñez”.
  “Me debato con los problemas del final del libro. Después de comer tengo que hacerme cargo de Federico. Le leo alguna estupidez, vamos al buzón, a las tres le preparo un zumo y bebo furtivamente una ginebra. Pienso contrariado que yo, el novelista, debo mecer al niño en la cuna mientras Mary, el ama de casa, corrige por puro placer antiguos trabajos universitarios”. No sería muy adecuado ese comentario en la actualidad. Sería tachado de machista como poco.
  Creo que la primera vez que oí algo de Cheever fue con ocasión de haberme dejado triturado la película basada en un relato suyo, El Nadador. Burt Láncaster. Cómo, el protagonista, al principio radiante, sonriente, entusiasmado; el sol igualmente radiante, el verde de la hierba recién cortada, el azul puro de las piscinas…, todo eso se va volviendo gris, triste, vacío. Y esa última escena en la que llega a su casa, abandonada, donde las hojas ocupan la destrozada pista de tenis, donde ya nadie le espera, ni los niños, ni su esposa. Esa sensación de soledad enferma. Me impactó tanto que quise saber más de quién había imaginado esa trama. John Cheever, uno de los mejores escritores americanos de su generación. Posteriormente, Antonio Muñoz Molina lo ha mentado varias veces en sus artículos, llenos de elogio para con él.
  Cheever tuvo una vida plena, llena de problemas también, con el alcohol, con sus divorcios, con sus hijos, con la falta de dinero a pesar del éxito, con sus crisis creativas, con su hermano, afectado a su vez de un problema psicológico. Cuando salieron estos diarios no quise perdérmelos y al verlo a buen precio en el Rastro, lo compré. Cada día compro más ahí. Tienen variedad, te encuentras con sorpresas y salen más baratos.
  El volumen tiene una colección de notas y una cronología bastante completa de Rodrigo Fresán. Sabe el escritor argentino de Cheever. Ha leído todo sobre él y se nota. Sus obras, biografías autorizadas y no autorizadas. Otra fabulosa experiencia lectora de un devorador de diarios ajenos. Incapaz de llevar uno propio. Véase la prueba.

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