martes, 7 de mayo de 2019

04 de mayo.



  Sábado. Hemos decidido no salir a ninguna parte a pesar del buen tiempo. A veces un día completo de aburrimiento es reparador, un trampolín para continuar, sobre todo si la noche anterior te has pasado con la cena y las copas. Leer, comer, ver alguna película, dormir. Pero no hay día que no tenga su afán, su anécdota para recordar.
  Ha vuelto a caer a nuestro patio la cría de pájaro de todos los años. Cuando una cría de pájaro, todavía inmaduro, cae del nido, intentando volar, está sentenciado a muerte. Ella viene agitada como siempre que aparece un bicho en casa, sea este el que sea: una salamandra, un grillo, una cucaracha. No digo nada si fuera una rata. Seguramente llamaríamos a los servicios de urgencia. Ella es incapaz de tomar el sol en el mismo sitio que una cría de pájaro que intenta sobrevivir. Me pide que haga lo que sea para que el pájaro desaparezca. Ha volado en caída libre desde un árbol cercano. Es la cría de un tordo. Sus padres están cerca y se preocupan hasta cierto punto. Viste por encima algunas plumas a medio hacer, desordenadas, negras. Por debajo, su cuerpo desnudo tiene el color del plomo frío, azulado, venoso. Tiene las patas demasiado evolucionadas para su tamaño, como un dinosaurio de juguete. Está detrás de las macetas y se escabulle cuando paso la escoba intentando arrastrarlo hacia afuera. Tiene un piar desesperado, como los bebés de los humanos cuando sienten hambre y desolación. De todas formas es un grito tolerable. Habría que saber por qué este es tolerable y el de las ratas no. Quizá es porque las ratas son más como nosotros. Logro sacarlo de la zona de las macetas pero se escapa detrás de la barbacoa. Todavía tiene algo de fuerzas. Ahí es imposible sacarlo. Ella agarra la manguera y enchufa hacia el hueco. El pájaro aguanta el chaparrón sin una queja. Me imagino un bebé recibiendo un chorro de agua fría aunque sea primavera. Como no sale ni reacciona ella corta el agua y deja la manguera. Ha salido del hueco inalcanzable pero sigo sin poder agarrarlo con la mano. Utilizo una herramienta del jardín. Paso la parte ancha por detrás de su cuerpo y lo arrastro hasta el borde de mis zapatillas. Tiene el pico mirando al cielo. Un rigor mortis. Creo que se ha rendido a seguir viviendo. Apenas protesta y lo subo a un recogedor de basura. Lo lanzo con cuidado al jardín exterior, al otro lado de la valla. Se oye un golpe seco, sin alas. Quizá sus padres se hagan cargo pero lo dudo. Más bien será el alimento a algún gato que sirva para dar de comer a otras crías. Es la cadena de la vida y de la muerte. El resto de la tarde sigo con el pájaro alrededor de la cabeza. Por la noche tardo en dormirme a pesar de estar cansado.

No hay comentarios: