martes, 14 de mayo de 2019

EDUARDO MENDOZA. LA AVENTURA DEL TOCADOR DE SEÑORAS.



  Alguna vez nos ha pasado que vamos a una función de teatro cómico, a algún monólogo de humor, o asistimos al esfuerzo de un espontáneo por contarnos el chiste más gracioso –y largo- de la reunión y, simplemente, nos cuesta hasta sonreír. Esto es lo que me ha pasado con la lectura de este libro de Eduardo Mendoza. Y mira que me dio pena. Me inflé de reír con la suya sobre Gurb. Pero este, vaya a usted a saber por  qué, no me ha hecho ni pizca gracia. Cuando llevaba más de treinta páginas de sonrisa enlatada y vi lo que me quedaba por leer, supe que no lo acabaría. En esto soy cada vez más tiquismiquis, que ya va uno cumpliendo sus años, cincuenta y siete para ser más exactos. Dejó de interesarme absolutamente. Sin la pretendida gracia, ¿a quién le puede importar el desenlace? Así que, como hago otras veces ante las mismas circunstancias, leí en diagonal a cinco páginas por minuto y a la balda que lo llevé. Total, me costó un par de euros en el Rastro de Madrid. Y eso que en marzo de 2001, fecha de esta edición, era la tercera desde febrero. Éxito, pero… más lo siento yo.
  El comienzo prometía: un loco al que una especulación urbana deja en la calle. Buscarse la vida a través de diferentes negocietes graciosos, trato con putas y gente marrullera, Barcelona otra vez de fondo, en esta ocasión la postolímpica. Pero con cada vuelta de página un peso muerto más entre las manos. Quizá me haya pillado en mal momento. Quizá no esté preparado para el humor al igual que para la poesía, quizá, yo qué sé. Una al azar: “En toda la mañana sólo tuve dos trabajos: lavar y desenmarañar el pelo de unos mellizos para que pudiera vivir por separado y expulsar un ratón, al que sorprendí pimplándose un bote de leche corporal al PH5…”. O sea, no. Que no.

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