Sexto tomo de los diarios leídos. Es el último que tenía
pendiente en casa. Como ya se ha acabado he buscado el siguiente en librerías
on line y en las físicas, busco el que va hacia atrás en el tiempo, como el
drogadicto que busca su siguiente dosis. He encontrado un ejemplar bien de
precio en una librería de Málaga y está en camino.
Me ocurre con
estos libros que cuando se acaban me parece que lo que venga después no estará
tan bien. Así ha sido con casi todos si exceptuamos el de Azorín y el que leo
estos días, La hora violeta de Sergio del Molino: Un puñetazo de dolor y
talento en cada ojo. Son de esos libros en los que hace que te sientas
afortunado.
Como se sabe, cada volumen abarca un año entero: desde el
día 1 de enero al 31 de diciembre.
El volumen
comienza con la lectura de una carta de un amigo que le pide encarecidamente
que deje de publicar volúmenes de este Salón de pasos perdidos porque, dice la
carta, se está haciendo algo repetitivo, gigante y que se va a granjear un
montón más de enemigos. La carta la lee a su familia suscitando diferentes
reacciones. Por suerte para sus lectores Andrés no le hizo caso aunque estas
cosas siempre perjudican mucho la autoestima y el ego de los escritores. De
Trapiello también.
También se cuenta
en este volumen su experiencia al ganar el premio Nadal de novela con Los
amigos del crimen perfecto. Una verdadera ristra de anécdotas sabrosas.
Impagable la de el honorable Pujol. Viajes, noches de hotel, más viajes a las
viñas. Un conmovedor relato sobre la enfermedad y el sacrificio de su perra. La
verdad es que se me saltaron las lágrimas y poco me faltó para ir a buscar una
a una perrera y claudicar ante mis hijas que llevan años suplicando un perro
aunque sea un chucho.
En fin, Andrés me
sigue pareciendo adictivo y no tardando mucho habré completado toda la
colección. Hasta que vaya a la par con la publicación anual que es siempre en
otoño.
Pero a veces
Andrés es un poco gilipollas, como le gusta decir a él. Cuenta que ha ido a ver
una remesa nueva de libros que vende un tipo desconocido hasta ahora en el
Rastro y que ojeando ha visto que había una carta dentro de uno. Que le ha
parecido que era auténtica e importante y que cuando se la ha entregado al
vendedor éste la ha roto en mil pedazos. “Apaciguarnos costó incontables
subidas y bajadas por las pendientes aquellas, unas veces con ganas de correr a
denunciarlo y otras sujetados por el cálculo, unas pensando, ¿y cómo le
explicaremos a un guardia, que será poco más o menos como él, lo que acaba de
suceder?, y otras diciendo, húndase España. Y así transcurrió la mañana. En una
prolongación de la peor guerra civil, por otros medios. Los de la ignorancia”. A
veces se pasa de listo porque conozco a más de uno y de una, guardias como él
dice, que tienen estudios superiores y que han elegido esa profesión por dar
más estabilidad a sus vidas. Prejuzga demasiado pero, es igual, se lo perdono
todo.
Cómo no le voy a
perdonar hablando así de las ratas que oyen en el tejado de las Viñas: “A veces
les oímos en medio de la noche sus conversaciones, como en las fábulas, y las
crías lloran y gimen, y parecen pájaros. Es todo tan humano, que sólo así se
explica que empecemos a obsesionarnos con el modo de exterminarlas”. Sería
digno de aparecer en un tratado de estudios rateriles. Pero como dice en el
siguiente párrafo; a quí se habla de “ratas, rosas, juegos, pájaros, mendigos,
libros viejos, enfermos, risas, noticias de periódicos, ciudades, amores y
desamores, compases, voces infantiles, fuentes…”. “Qué vida tan extraña esta,
apenas sensitiva”.