Presentación en la
Fundación de Telefónica de Un andar solitario entre la gente.
Madrid a 27 de febrero de 2018, antes de las siete de la tarde, Gran Vía. En Madrid llueve y hace un poco de frío y hay, como siempre, mucha gente en la calle. He quedado con Yolanda, cobloguera del de Muñoz Molina, en la cafetería que hay al lado de la librería Pérez Galdós, calle Hortaleza. Apetece un café. Mientras llega leo el libro de Trapiello, el último de sus diarios, y no puedo dejar de sonreír, “Lo malo de la muerte no ha de ser sino la primera noche…” qué bueno es, joder, aunque la frese no sea suya. Enseguida llega Yolanda envuelta en abrigo, guantes, bufanda y gorro de lana, como una parisina friolera y distinguida. Nos abrazamos porque, aunque no nos hayamos visto en persona hasta entonces, nos conocemos de mil comentarios wasapiles y decenas de fotos. Las primeras frases que intercambiamos son de re-conocimiento: trabajos, maridos y mujeres, hijos, viajes, libros, blogueros (sin hablar mal de casi ninguno), y de la presentación del libro, porque aquí estamos para hablar de su libro.
Madrid a 27 de febrero de 2018, antes de las siete de la tarde, Gran Vía. En Madrid llueve y hace un poco de frío y hay, como siempre, mucha gente en la calle. He quedado con Yolanda, cobloguera del de Muñoz Molina, en la cafetería que hay al lado de la librería Pérez Galdós, calle Hortaleza. Apetece un café. Mientras llega leo el libro de Trapiello, el último de sus diarios, y no puedo dejar de sonreír, “Lo malo de la muerte no ha de ser sino la primera noche…” qué bueno es, joder, aunque la frese no sea suya. Enseguida llega Yolanda envuelta en abrigo, guantes, bufanda y gorro de lana, como una parisina friolera y distinguida. Nos abrazamos porque, aunque no nos hayamos visto en persona hasta entonces, nos conocemos de mil comentarios wasapiles y decenas de fotos. Las primeras frases que intercambiamos son de re-conocimiento: trabajos, maridos y mujeres, hijos, viajes, libros, blogueros (sin hablar mal de casi ninguno), y de la presentación del libro, porque aquí estamos para hablar de su libro.
Entramos en el
histórico edificio de telefónica y ahí no es. Qué pensaría Arturo Barea si
entrara ahora en su edificio viendo este despliegue de tecnología. Nos informan
que hay que ir a Fuencarral, justo dando la vuelta a la esquina. Allí
pasamos el detector de metales y subimos en un ascensor enorme y bien
iluminado. Está lleno de gente y en el centro veo a Elvira Lindo. Cruzo una
mirada con ella. Me hubiera acercado a mostrarle mi admiración como escritora
pero sé que no lo haré. No sé cómo hacerle ver a Yolanda que la tiene a la
espalda. Se abren las puertas y me acerco al oído para decírselo. “Ya lo sé, la
he visto”. No sé cómo pero la ha visto.
La sala es un
semicírculo a modo de anfiteatro romano pero más pequeño y con un poco más
repertorio tecnológico: iluminación perfecta, pantallas, dos mujeres turnándose
en el lenguaje para sordos. Solo quedan algunos sitios en los extremos y allí
nos sentamos. Contemplamos a la gente. Yolanda me dice que hay una mujer cerca
que cree que es una actriz. Debe tener unos sesenta y tantos. No me suena de
nada. La busca en internet porque creía recordar el nombre y ¡acierta! ¿Cómo se
llama? No lo recuerdo. La admiro un poco más, a Yolanda. Es un radar. “Esa es
su hija”, “ese es su hijo”, “esa debe ser la de la editorial”.
Aparece el
anfitrión con un retraso de doce minutos. A su lado hay una periodista muy
joven que va a ser la que dialogue con él. Podría saber su nombre pero me da
pereza. Ella comienza a hablar sin presentarse. Pero antes Javier Cámara, que
debe ser bastante amigo de ambos, de Elvira y de Antonio, lee un párrafo del
libro. Justo el párrafo que leí el día que lo compré: una sucesión literal de
noticias sacadas de los periódicos y que juntas adquieren una fuerza brutal:
vaya mierda de mundo tenemos.
Resumen más o menos de lo dicho por
Antonio: La ciudad es para recorrerla a pie, la mejor forma de conocimiento, a la
altura de los fotógrafos. Une versos, frases y titulares y el conjunto forma
algo nuevo con mucha fuerza. Nos parece normal que en este país la gente pueda
caminar libremente por la calle sin miedo o dificultad pero eso no existe en otras ciudades. Antes Yolanda
y yo coincidimos en pensar que el centro de las ciudades modernas está siendo
despojado a las clases humildes y trabajadoras para cederlo al poder del dinero.
Luego, en la charla, Antoniomm viene a decir lo mismo. Hace una divagación
bastante divertida sobre el lenguaje de la publicidad: seducción, nos hacen
creer que hay un equipo humano, bondadoso y desinteresado que nos ayuda en todo,
que nos mima. “Te mereces todo”, “Donde tus fantasías se hacen realidad”, “Vive
todas tus vidas”.
Cuenta una anécdota en la que el público ríe. Dice que una vez vio a una
mujer muy atractiva en el metro. Iba ésta leyendo y quiso saber qué leía. Vio
que era un libro de Paulo Coelho y dice que toda la impresión positiva que
hasta entonces había tenido se le había venido abajo. Se oyen algunas
carcajadas pero en el fondo no tiene mucha gracia. Por lo menos, pensé, la
chica no iba jugando al tetris o al crashpi o como se llame, como van muchos y
muchas en los transportes públicos.
Ahora presiento que el libro me va a gustar más de lo que creía porque
tiene eso que me gusta tanto de los diarios: frescura, ideas que quizá no entrarían en una novela, chispazos de
inspiración, noticias o conversaciones al vuelo. Como hace de alguna manera
Trapiello. Son seres capaces de salir a la calle y cazar instantes que luego
saben llevar con arte al papel. Confiesa Anotiomm que ya tenía en fase de
corrección una novela pero que esta manía de anotar en papelitos infinidad de
cosas, ese ir pegando cosas de aquí y de allá le hicieron postergar su edición.
Vamos, que se ha vuelto un maníaco cosista.
A
Antoniomm le he visto algo desmejorado. Llevaba un pantalón beis que le caía
realmente mal, como esos gordos que de pronto adelgazan veinte kilos y no les
ha dado tiempo a comprar ropa nueva. Las piernas –para lo que dice caminar- sin
tono muscular y los andares cansinos de alguien mayor. A Elvira la hemos visto
mejor pero no mucho mejor. La última vez que la vi en vivo, en la Juan March
hará cuatro años, estaba más lozana pero, para mí, sigue teniendo su atractivo.
Javier Cámara vuelve a declamar algunos párrafos. Esta vez demoledores
sobre la muerte de Lorca; sobre los detalles concretos que hubieron de acaecer
aquella noche en que lo mataron. Es una prosa atravesada por una poesía
fúnebre, una poesía que nos grita la muerte de un ser inocente, el peor crimen,
como si nos llevaran con él a culatazos hasta el pelotón de fusilamiento.
Cuando acaba, algo más de una hora, Yolanda me dice si esperaremos la
fila que ya se ha formado para las dedicatorias. No merece la pena. Siempre he
pensado que hay muy pocas cosas en la vida que merezcan un buen rato de espera
en una cola.
Nos vamos a tomar unos vinos a un bar gaditano que hay cerca de la Plaza
de Santo domingo. Yolanda, menuda, pizpireta, fijándose en todo, sortea a la
gente como una esquiadora de eslalon. A mí, que también voy siempre caminando
muy deprisa, me cuesta seguirle el ritmo. Pasamos por la Central porque quiere,
tiene el impulso, de comprar el Walden de Thoreau. ¿Qué le puedo contar del
libro que leí hace unos pocos de años? Apenas que fuera un tío muy inteligente
que se fue al bosque a vivir solo a una cabaña a fundirse con la naturaleza y
que estaba un poco hasta la coronilla de la sociedad y de los políticos. Es
difícil contar un libro mientras va uno con la lengua fuera persiguiendo a una
mujer debajo de una fina lluvia a lo Blad Runner. Es más la buena o mala
sensación que nos causa su lectura. Esta frase que leo ahora en la tranquilidad
de mi buhardilla la subrayé en mi ejemplar:
“Creo
que es saludable estar solo la mayor parte del tiempo. La compañía, incluso la
mejor, se hace pronto cansina y nociva. Me encanta estar solo. No he encontrado
un compañero que me acompañe mejor que la soledad. Normalmente estamos más
solos cuando nos reunimos con los demás que cuando permanecemos en casa”.
En el bar restaurante charlamos de muchos
temas. A los que nos gusta leer tenemos, creo yo, una mayor facilidad para
sentirnos bien aunque estemos solos. Tengo amigos a los que les cuesta hacer
algo si no es en compañía. A Yolanda y a mí, coincidimos, nos gusta pasear
solos, correr solos o ir al cine, solos.
Pedimos
unas berenjenas, una ensaladilla rusa y unas croquetas de camarones de lo más
potente. Hay gente para ser un martes. Las berenjenas están cortaditas en
rodajas muy finas y fritas con miel de caña. En las paredes más de tres mil
botellas nos contemplan. Nos contamos un poco la vida como se la cuentan
personas que apenas se conocen: con verdadero interés. En casa muchas veces
hemos comentado que hablamos, decimos cosas, y no nos escuchan. La fuerza de la
familia, de la costumbre. También que estas cosas, como salir una tarde a
escuchar una presentación de un libro de un autor que nos gusta, es una manera
de romper la rutina en la que estamos metidos todos; aunque nos guste nuestra
vida y estemos con las personas más importantes de nuestra vida. Los días se
parecen tanto unos a otros que se hacen como paquetes de tiempo que se nos
escapa entre los dedos. Cuando uno viaja –Yolanda ha viajado mucho- es como si se
rompiera ese paquete y se dijera: “salí de casa hace tres o cuatro días y
parece que llevamos fuera tres meses”.
Después de una tarde tan agradable nos fuimos hasta el metro de Callao,
nos abrazamos encantados de habernos conocido, con el deseo de que
próximamente, y con otros coblogueros que se apunten, hacer una quedada con
cualquier motivo, por ejemplo el día que vaya Antonio a firmar libros a la
feria del libro, y cómo no, tomarnos unas cañas.
Una tarde inolvidable de verdad. El libro de Antonio lo empezaré a leer
cuando acabe las apenas cien páginas que me quedan de Trapiello. No da la vida
para tanto.
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