Mi querido y admirado Andrés, en el libro que
acabé de leer el otro día, los diarios de Pániker, El Cuaderno Amarillo, se
hablaba de usted, y lo calificaba de melancólico, “escritor de nimiedades y
resentimientos”. No estoy de acuerdo. Es usted un escritor gracioso, irónico y
con retranca, y habla, al menos para mí, de temas que me interesan mucho: la
literatura, el amor, el arte, las mujeres, la enfermedad y un tan largo
etcétera que abarca toda la vida, porque habla en este volumen, el último de
sus veintitantos tomos, de todo lo que le pasa; es decir, de todo lo que nos
pasa. Le gusta la vida y lo confiesa: “La cultura sola, en especial la cultura
de libros, sin el condimento de la vida, te la arruina de modo irremediable. El
boquete de obús que hace un libro no lo tapa casi nada. Un hombre sólo culto,
sobre todo un hombre sólo leído, es casi siempre un hombre informe o deforme.
La erudición engaña: debajo de esa yedra tan vigorosa, no hay sino una vasta
ruina”.
La anécdota que acabo de leer me ha hecho
reír. Y es eso tan importante…: Acaba de ir, a través de una amiga, al otorrino
porque se ha quedado sordo de pronto: “Veía que los demás abrían la boca, pero
de sus labios no salían sino silencios acuáticos”. El doctor le aplica alguna
técnica de esas misteriosas y se cura rápido. Y sale eufórico del hospital.
Cuántas veces habré sentido yo eso. Y reflexiona: “Las curaciones son las que
más euforizan. Querría uno que pudiera hacerse con ellas un poco de moviola,
atrás, adelante, por apreciar el contraste”.
No es el primer libro que leo de usted, cómo
no, Las Armas y las letras y algunas novelas, pero es el primer tomo que leo de
su Salón de Pasos perdidos, sus Diarios, y “me jode” porque son veintiún tomos –y
lo que viene- y no son precisamente baratos. Pero ya estoy contaminado. Y ahora
los leeré, a través de los años, de delante para atrás, excepto los que vengan
en el futuro que los leeré nada más salir.
Por cierto que hay algunos tomos que son difíciles de encontrar y cuando
los encuentra uno valen una pensión. ¿No podría hacer algo al respecto?
También dice Pániker que se pasa la vida entre
libros pero, ¿se puede decir elogio más acertado de un escritor como usted? Aparte
de que es mentira. Como usted diría: cada hora tiene su afán.
En defensa de Pániker diré que el autor medio
indio confiesa que lee a menudo sus diarios por “afinar el instrumento”. Yo
creo que le tenía algo de envidia.
Este libro, Mundo es, no tiene en verdad forma
de diario con sus entradas en fechas. Los párrafos al igual que los temas
discurren como un arroyo de aguas claras y saltarinas. Qué más da si acordamos
que es una novela en marcha.
“Yo jugaba en la calle. Mandó bajar del carro
a su hijo, un niño de mi edad. El burro acaso no podía con los dos. Me levantó
en brazos, me dejó en el pescante y puso las riendas en mis manos. Qué
sensación el tacto de aquel cuero. Recuerdo haber mirado a todas partes,
buscando quien pudiera dar fe de aquella hazaña. Era verano, a mediodía, y no
había nadie. No me importó. Recorrimos unos metros de la avenida del 18 de
julio. Nunca nadie fue tan feliz ni nunca trecho tan corto me llevó tan lejos,
hasta hoy, medio siglo después”. Este párrafo me emocionó.
O te puedes morir de risa leyendo las
costumbres amorosas y nocturnas –y escandalosas- de su vecino de la buhardilla.
Por otro lado dudo mucho que escriba sus
diarios por vanidad o ganas de trascendencia. Creo que cuenta cosas
interesantes y los lectores se lo agradecemos. Creo haber leído en alguna parte
que existe un club, secreto, selecto y minoritario, compuesto por lectores
rendidos al encanto de su prosa. Es consciente del lugar que ocupa en la
literatura nacional, de segunda o tercera como diría un ignorante, aunque para
mí está entre los dos o tres mejores vivos, y si me apuran, sumando a los
muertos. Los temas que toca los toca siempre con fundamento. Nos puede hablar
del Rastro y lo hace bien porque lo conoce a fondo. Hace un par de domingos estuve allí, en el Rastro, y entré a una
librería de viejo. Pregunté si tenía alguno de sus libros. No tenía pero le
conocía –era un hombre mayor de pelo canoso-: “Viene mucho por aquí con su
amigo el gordo” –antiguo director del Reina Sofía-. Yo le dije que estaba
leyendo el último de sus diarios y que hacía poco había escuchado dos
deliciosas conferencias sobre el Rastro en la Fundación Juan March. “Es de los
que más saben del Rastro”. Quise remarcar. “¡Qué va a saber! Quienes saben de
verdad somos nosotros que llevamos aquí toda la vida”. Me hizo gracia. Me dijo
también que era duro en los tratos para el regateo. También tuve la esperanza
de encontrarle por allí y que me firmara mi Mundo es.
Ayer
mi hija pequeña me preguntaba si me pasaba algo o me estaba volviendo loco. En
el baño no paraba de carcajearme, como un perro sarnoso. Es gracioso como un
sevillano o un gaditano gracioso pero con las riendas sujetas y apretadas de un
leonés; supongo. Es ingenioso y efectivo en su humor porque es original y domina
la lengua como cervantino que es. Encuentra la comparación o la metáfora
perfecta en cada ocasión. Sus escenas son escenas de verdadero suspense aunque narre el encuentro apenas
existente con una chica cada día en el metro.
A lo largo de las tres o cuatro páginas uno se pregunta: ¿La abordará?
¿Vencerá su timidez o será capaz de dirigirle la palabra alguna vez? Y no
defrauda el desenlace porque la realidad es fantástica, o sea, real. Es capaz
de crear un ambiente, una atmósfera mágica con pocos párrafos. Y además me ha
interesado doblemente porque yo también tomaba esa línea de metro cada día y me
enamoraba tres o cuatro veces en cada trayecto, quizá una década más tarde.
Me pasa con este libro lo que con unos pocos:
veo los pendientes, una veintena o más, y me digo: ¿Me llenará alguno de estos
como éste?
Acabo citando a su querido JRJ: “Lo malo de
la muerte no ha de ser sino la primera noche…” “… y eso, si llegas”. Espero que
a usted tarde mucho en alcanzarle para que pueda seguir disfrutando y sobre
todo, para sus lectores, para que pueda seguir escribiendo. Muchas gracias.
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