lunes, 1 de enero de 2018

EL ÚLTIMO CONFIN DE LA TIERRA. E. LUCAS BRIDGES. Una juventud entre los indios fueguinos.




Hace unos meses leí un libro de los que yo llamo “seminal”, es decir, libros que te hacen llegar a otros libros. Es el caso de “Librerías”, de Jorge Carrión. En este libro de Carrión se habla de librerías por el mundo, de su arquitectura,  de las dimensiones, decoración, de la calidez de sus estanterías, de los dueños, de las ciudades que habitan, etc. Pero también, claro, se habla de libros. En una de las referencias leí una frase que me llamó la atención: Nunca había oído hablar ni del autor ni del libro pero Carrión dijo de éste que era el libro de viajes que más le había gustado. Y Carrión es un hombre que ha leído mucho. Así es que un día me acerqué a una librería de viajes en Madrid –y de montañismo-, Desnivel, y me lo compré: solo había un ejemplar. Lo comencé a leer ayer y…, cómo decirlo, se va a convertir posiblemente en uno de los mejores que he leído en mi vida. “Es uno de los mejores libros de viajes que he leído y la antítesis del relato de Chatwin. A su fragmentación, Bridges le opone unidad”.
  Lucas Bridges, inglés pero nacido ya en Ushuaia, solo escribió este libro: El último confín de la Tierra. Y está escrito, muy bien escrito, en un lenguaje lleno de datos, de anécdotas, de información sobre vidas entregadas, sacrificadas y a la vez felices dentro de la dificultad. Estamos hablando de finales del siglo XIX –el autor nace en 1874 pero narra, a través de los diarios de su padre, años anteriores- en una zona de la tierra donde no había médicos ni medicinas ni electricidad ni nada que no fuera la más pura supervivencia en un clima perro como pocos hay en el mundo. Sólo cabe señalar que está cerca, relativamente, de Las Malvinas. Aprendieron el idioma de los indígenas y llevaron no solo la palabra de Dios sino las herramientas para desarrollar la agricultura, la ganadería y la construcción de casas. Una maravilla. Gracias Carrión.
  Hablando de los buscadores de oro que sufrían naufragios me acordé de los soldados de Cortés hundiéndose en los terrenos inundados del imperio azteca: “Estos infortunados deben de haberse hundido como piedras; es probable que cada uno llevara cosidos a sus ropas más de cinco kilos de peso en oro”. Y cómo no recordar en algunos pasajes al gran London: “Al sorprenderlo la noche en el camino, empapado y hambriento, gastó su último fósforo en encender un fuego, y después de poner sus botas a secar, se había echado a dormir. A la mañana siguiente, al intentar ponerse las botas le fue imposible hacerlo, pues el cuero estaba completamente tostado”. O a Melville: “La ballena es una masa tan inmensa de sangre caliente que, mucho antes de enfriarse, ya está podrida. Hasta el aceite queda fuertemente impregnado de un olor desagradable”. En fin, un libro intenso, de muchas páginas de letra abigarrada pero que se ha leído con sumo placer.

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