A primeros de septiembre del año pasado,
aprovechando la visita para reponer las pastillas de la tensión, le comenté a
mi médico de cabecera que tenía molestias en los oídos. Tenía barro deambulando
por dentro de mi sistema auditivo, o al menos eso me parecía. Me introdujo el cucurucho
de ver y me dijo que tenía algo, pero que no sabía lo que era, así que me
sacaba un volante para el especialista. Hoy, después de varios meses, era la
cita, a las 15:45 P.M.
La sala era la 355 y en información me
dijeron que era en la planta tercera. Allí se sucedían las salas casi vacías en
un pasillo interminable. En la ventanilla me dicen que debo sacar el tiquet en
la máquina. Me pregunto qué hacían allí, dentro de la pecera, en postura
aburrida, esas dos trabajadoras de bata blanca. En la sala de unos cincuenta asientos
estoy yo solo hasta que viene una pareja mayor acompañando a un niño de unos
cuatro años que se me queda mirando fijamente con una sonrisa artificial,
inamovible. Parece como si hubiera penetrado en un capítulo de la serie Black
Mirror. Todo es blanco, limpio y silencioso.
Una mujer mayor, también con la bata blanca,
me dice que el médico me está llamando y me indica un pasillo a la izquierda.
Nadie espera. En el pasillo, blanco, impersonal, solo hay una puerta abierta.
Es la mía.
Cuando me siento me encuentro con un hombre
mayor que yo, de unos sesenta y cuatro años. Calvo, con barba, gordo. Le cuesta
respirar.
-Qué le ocurre.
Cuénteme.
Confieso que tenía preparada la respuesta en
el escaso tiempo en la sala de espera.
-Creo que va a ser una
de las consultas más fáciles que haya tenido en su vida.
-Cuénteme.
-No me pasa nada.
Le pongo en antecedentes. En septiembre sí
tenía molestias pero el tiempo, que lo cura todo o te mata, había hecho que
ahora estuviera yo en perfecto estado. Le cuento que después de estar de
vacaciones en el mar había sentido como si dentro de los oídos tuviera una
colección de canicas diminutas jugando al juego tan divertido de El Hormiguero.
No era doloroso pero sí molesto. ¿Cuál ganaría?
-Está bien, le echo un
vistazo ya que ha venido.
Introduce el cucurucho metálico en sendos
oídos y dice que está todo normal. Yo le aclaro, más que nada por rentabilizar
la visita: -Mi médico me dijo que vio algo raro, algo así como “pólipos”. No
estoy seguro de que sea ese el término exacto.
-Son unas
calcificaciones en los huesos propios.- Zanja. –Nada, todo normal.
Nos sentamos de nuevo y redacta el informe: “Molestias
en los oídos en septiembre. Han desaparecido. No hipoacusia, no acúfenos, no
otorreas. Tímpano normal”. Escribe con tres dedos y se fatiga como si respirara
polvo en el desierto. Me da pena ver a este hombre tan mayor y tan delicado
trabajando todavía.
La visita no ha tardado más de diez minutos. Salgo
sonriente y optimista. Cada vez que voy a un especialista y me dicen que no
tengo nada, salgo así. Aunque sé que algún día, tarde o temprano, me dirán que
han visto algo, y ahí empezará la cuenta atrás.
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