martes, 16 de enero de 2018

16 de enero de 2018. Visita al especialista.



  A primeros de septiembre del año pasado, aprovechando la visita para reponer las pastillas de la tensión, le comenté a mi médico de cabecera que tenía molestias en los oídos. Tenía barro deambulando por dentro de mi sistema auditivo, o al menos eso me parecía. Me introdujo el cucurucho de ver y me dijo que tenía algo, pero que no sabía lo que era, así que me sacaba un volante para el especialista. Hoy, después de varios meses, era la cita, a las 15:45 P.M.
  La sala era la 355 y en información me dijeron que era en la planta tercera. Allí se sucedían las salas casi vacías en un pasillo interminable. En la ventanilla me dicen que debo sacar el tiquet en la máquina. Me pregunto qué hacían allí, dentro de la pecera, en postura aburrida, esas dos trabajadoras de bata blanca. En la sala de unos cincuenta asientos estoy yo solo hasta que viene una pareja mayor acompañando a un niño de unos cuatro años que se me queda mirando fijamente con una sonrisa artificial, inamovible. Parece como si hubiera penetrado en un capítulo de la serie Black Mirror. Todo es blanco, limpio y silencioso.
  Una mujer mayor, también con la bata blanca, me dice que el médico me está llamando y me indica un pasillo a la izquierda. Nadie espera. En el pasillo, blanco, impersonal, solo hay una puerta abierta. Es la mía.
  Cuando me siento me encuentro con un hombre mayor que yo, de unos sesenta y cuatro años. Calvo, con barba, gordo. Le cuesta respirar.
-Qué le ocurre. Cuénteme.
  Confieso que tenía preparada la respuesta en el escaso tiempo en la sala de espera.
-Creo que va a ser una de las consultas más fáciles que haya tenido en su vida.
-Cuénteme.
-No me pasa nada.
  Le pongo en antecedentes. En septiembre sí tenía molestias pero el tiempo, que lo cura todo o te mata, había hecho que ahora estuviera yo en perfecto estado. Le cuento que después de estar de vacaciones en el mar había sentido como si dentro de los oídos tuviera una colección de canicas diminutas jugando al juego tan divertido de El Hormiguero. No era doloroso pero sí molesto. ¿Cuál ganaría?
-Está bien, le echo un vistazo ya que ha venido.
  Introduce el cucurucho metálico en sendos oídos y dice que está todo normal. Yo le aclaro, más que nada por rentabilizar la visita: -Mi médico me dijo que vio algo raro, algo así como “pólipos”. No estoy seguro de que sea ese el término exacto.
-Son unas calcificaciones en los huesos propios.- Zanja. –Nada, todo normal.
  Nos sentamos de nuevo y redacta el informe: “Molestias en los oídos en septiembre. Han desaparecido. No hipoacusia, no acúfenos, no otorreas. Tímpano normal”. Escribe con tres dedos y se fatiga como si respirara polvo en el desierto. Me da pena ver a este hombre tan mayor y tan delicado trabajando todavía.
  La visita no ha tardado más de diez minutos. Salgo sonriente y optimista. Cada vez que voy a un especialista y me dicen que no tengo nada, salgo así. Aunque sé que algún día, tarde o temprano, me dirán que han visto algo, y ahí empezará la cuenta atrás.

 

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