Este autor de este libro de poesía es, fue,
un cobloguero –qué palabra fea- en la web de Antonio Muñoz Molina. Falleció a
finales de año en Mallorca, donde residía, de un tumor cerebral. No lo conocí
en persona pero sí que intercambiamos comentarios en torno a literatura, viajes
y la maravillosa isla donde vivió y murió.
Si tuviera que poner un adjetivo a esta
persona que acaba de dejarnos es el de bondadoso. Era un hombre bueno que era
dolorosamente consciente de lo que dejaba atrás: sus hijas, sus pasiones, su
vida. Este libro de poesía habla del jardín de su madre, sí, pero también de la
vida, de las cosas íntimas y opr las que merece la pena vivir. Del prólogo de
Antonio Muñoz Molina (Carlos Gallego, otro asiduo, le envió el borrador al
académico para que le dedicara unas palabras) “EL poema es el Jardín donde ese
viajero encuentra una sombra fresca y un caudal de agua”. “Desde el primer
verso del primer poema escucho una voz humana tan verdadera que me parece que
me habla al oído, con su metal único, con ese misterio de la identidad que está
en la voz más incluso que en el rostro”. “La gratitud por la belleza del mundo”
quizá la esencia de estos poemas… “y por la presencia de los seres queridos y
los lugares que son como los santuarios de los muertos es inseparable de la
melancolía que provoca el pensamiento inevitable de la desaparición”.
Para qué pensar en las palabras que lo
describan si ya lo hace impecable Don Antonio.
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Las fotografías
interrumpen la vida durante un instante que se aleja
con una verdad que hay
que desvelar mucho después, buscando la memoria.
Mis hijas, sentadas
sobre la baranda de piedra del espolón, de espaldas
a la llanura que llega
hasta el mar, más allá de las montañas, en una imagen
que se renueva cada
día, fugazmente, en la parte alta de mi escritorio.
El retrato de Silvia,
con sus ojos que brillan abriéndose al mundo,
lejano aún, más allá
de su alcance, la curva delicada del cuello del jersey
sobre su piel suave, y
su voz como una música querida que escucho aún
llamando a Irene, que
está en algún lugar de la casa, con su pelo recogido en
dos coletas,
tan alegre que su
alegría no se va a agotar nunca, bien lo sé, ahora que saboreo
esa luz
que quiero más que
cualquier deseo no explorado a cuya sombra acudo para
refugiarme
de las inclemencias y
de la ofuscación que siento en algunos atardeceres.
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