Debo reconocer que la simpatía
que me ha deparado este escritor ha fluctuado dependiendo de mis propias
fluctuaciones políticas: a veces lo ubico demasiado a la derecha y a veces no
tanto. Lo que no ha cambiado nunca es mi admiración hacia su escritura.
Trapiello es translúcido como el cristal. No engaña a nadie y sabe de temas tan
diferentes que parece haberlo leído todo o sobre todo –que ahí está el mérito-
con absoluto provecho.
Esta novela la vi cuando ya casi
abandonaba mi querida Cuesta de Moyano en una mañana fría pero soleada de
invierno después de visitar una exposición interesante en la Biblioteca
Nacional sobre cartografía. 12 de diciembre de 2017.
La novela utiliza un recurso por lo demás algo manido: encontrar un
manuscrito y reproducirlo tal cual; una especie de engaño. Ha dicho de siempre
Trapiello que como no sabe escribir novelas le dio por escribir el diario que
lleva desde hace un montón de años y de los que lleva veinte tomos publicados.
Pronto leeré el último, que será mi primero. No sabrá escribir novelas pero a
mí, las que he leído, dos o tres, más el imprescindible libro sobre los
intelectuales en la Guerra Civil, Las Armas y las Letras, me parecen muy
recomendables.
Comienza la novela contando que el autor visita la fundación Pablo
Iglesias y que allí, entre miles de documentos, encuentra un diario de un tal Justo
García Valle. El libro se terminó de escribir en el año dos mil y en el
prólogo, cuando aún no ha comenzado el verdadero diario de Justo, es decir el
de mentira, se dice: “Este verano se levantaron en España voces cualificadas
certificando la muerte de la novela o, en todo caso, su estado comatoso. La que
no parece muerta, por el contrario, es la realidad, la cual, con frecuencia, es
tanto o más apasionante que cualquier novela cuando está llena de vida”. Creo
que fue Eduardo Mendoza el que inició la matraca de la eterna muerte de la
novela. Y aquí seguimos casi dos décadas después.
El diario comienza ya con la guerra perdida. Una huida dolorosa con el
hambre y el frío como protagonistas. Si Trapiello hubiera vivido la guerra
habría escrito un diario como este de la novela. Se preocupa por dónde debe
escribir sus ideas y sus vivencias; cómo son las tipografías, las tapas de los
cuadernos, la calidad del papel.
En la novela vienen los recuerdos al personaje: Yo creo que la muerte no
es tan fiera como la pintan, y seguramente hace una visita a todo el que piensa
llevarse. Sólo hay que estar atento. Cuando vas a morir, y lo sabes, no duele
tanto”.
Cuando acaba el diario viene el epílogo. Y ahí se cuenta -¿será también
novela o será la realidad?- que Trapiello fue en el 97 a Méjico a conocer a la
hija del personaje -¿real, inventado?- ¿Y qué más da? En el último párrafo se
cuenta que Trapiello lo escribió en su propio diario: ¿El salón de los pasos
perdidos?
En fin, me ha gustado, otra novela de la guerra civil contada de manera
amena y original. Editorial Planeta. Buen papel y buena tipografía. Poco uso. 3
euros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario