En lo que va de año han muerto trescientas
personas ahogadas. Sin embargo muy pocas en encierros. Propongo, para disfrute
del público, una actividad menos peligrosa que el nadar, como es correr delante
de 6 toros bravos con sus cabestros correspondientes.
Ayer supe de un hombre, alemán de origen, de
setenta años, que en varias de estas calurosas noches de verano se dirige a un
puente de Salamanca, se lanza al río vestido, se deja arrastrar por la
corriente hasta el puente siguiente, sale, se va a su casa y cuando llega tiene
la ropa seca; dice. Alguien lo ha visto y ha avisado a la policía, que ha
avisado a los bomberos y a las ambulancias. El hombre, ante la pregunta de
algún anónimo ha dicho: “¿Dónde está el problema?” “No hago daño a nadie” “Cuando
llego a casa mi ropa está seca” “No quiero que nadie me rescate”. Da igual. La
policía lo busca porque, dicen, crea alarma.
Propongo igualmente que en los chiringuitos
de las playas se instalen medidores de alcoholemia. Un hombre grueso de setenta
años, pongamos, que se mete tres jarras heladas de cerveza y un cubata después
de comerse un arroz incomible. Que se mete en el agua y le da un perrenque
cardiaco. Ese hombre figura en las listas de ahogados.
Está habiendo ahogados en los pantanos de
Madrid y no hay socorristas porque los ayuntamientos no pueden pagarlos. Ahí
tenemos otro nicho de trabajo: Un plan E de socorrismo. Un camarero, un
socorrista.
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