miércoles, 9 de agosto de 2017

ocho de agosto, ¡qué calor!



  En lo que va de año han muerto trescientas personas ahogadas. Sin embargo muy pocas en encierros. Propongo, para disfrute del público, una actividad menos peligrosa que el nadar, como es correr delante de 6 toros bravos con sus cabestros correspondientes.
  Ayer supe de un hombre, alemán de origen, de setenta años, que en varias de estas calurosas noches de verano se dirige a un puente de Salamanca, se lanza al río vestido, se deja arrastrar por la corriente hasta el puente siguiente, sale, se va a su casa y cuando llega tiene la ropa seca; dice. Alguien lo ha visto y ha avisado a la policía, que ha avisado a los bomberos y a las ambulancias. El hombre, ante la pregunta de algún anónimo ha dicho: “¿Dónde está el problema?” “No hago daño a nadie” “Cuando llego a casa mi ropa está seca” “No quiero que nadie me rescate”. Da igual. La policía lo busca porque, dicen, crea alarma.
  Propongo igualmente que en los chiringuitos de las playas se instalen medidores de alcoholemia. Un hombre grueso de setenta años, pongamos, que se mete tres jarras heladas de cerveza y un cubata después de comerse un arroz incomible. Que se mete en el agua y le da un perrenque cardiaco. Ese hombre figura en las listas de ahogados.
  Está habiendo ahogados en los pantanos de Madrid y no hay socorristas porque los ayuntamientos no pueden pagarlos. Ahí tenemos otro nicho de trabajo: Un plan E de socorrismo. Un camarero, un socorrista.

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