Cuando editaron este libro en español, en el
2011, le eché el ojo pero su precio, 42 euros, me hizo tener paciencia.
Paciencia recompensada porque, seis años después –qué rápido pasa el tiempo- lo
vi en una librería del Rastro por 15, y después de un mes de feliz lectura, acabo
de terminarlo.
El objetivo primordial de este ensayo
monumental es demostrar que el mundo es cada vez menos violento. Y lo demuestra
con gráficos, datos e historia. Está pensado para eruditos pero también para
gente que tenga curiosidad por las cosas. Cuenta, como ya imaginaba, anécdotas
sabrosas que el lector atento sabrá encontrar cada poco.
Y ¿Por qué
el hombre es cada vez menos violento? Su teoría, que comparto, es que el
hombre está harto de matarse durante miles de años y está empezando a gestionar
mejor su testosterona porque sabe que a corto, medio y sobre todo, largo plazo,
le compensa.
El primer capítulo se llama Un País extraño.
Y ese es precisamente el País de donde venimos: La prehistoria, llena de
salvajismo y animalidad. La Biblia, con su antiguo testamento lleno de
horrores, los imperios avasalladores y violadores que llenaban los campos de
cadáveres como el Romano, la época medieval, la Inquisición: “Pablo, dominico y
antiguo Gran Inquisidor, era también un ferviente y habilidoso practicante de
la tortura y de atroces asesinatos masivos, facultades por las que en 1712 lo
hicieron santo”, o los conceptos del honor por el que tanta gente ha muerto.
El proceso de pacificación y el de
civilización “según el historiador militar Quincy Wright, Europa contaba con
cinco mil unidades políticas independientes (sobre todo baronías y principados)
en el siglo XV, quinientas en la época de la Guerra de los Treinta años –a
principios del siglo XVII-, doscientas en la época de Napoleón –a principios
del XIX-, y menos de treinta en 1953”, la Revolución Humanitaria, la Larga Paz,
la Nueva Paz: “Según la famosa definición del sociólogo Max Weber, un gobierno
es una institución que tiene el monopolio del uso legítimo de la violencia”, Los
derechos humanos, los demonios interiores, los ángeles que llevamos dentro y
las conclusiones, “sobre las alas de los ángeles”.
Hay un párrafo que me ha gustado
especialmente: cuando nos hace preguntarnos por las cosas que vamos pasándonos
de generación en generación como “memes” categóricos, por ejemplo, que las
bombas atómicas lanzadas por EEUU fueron un mal menor que evitó mayores
pérdidas. Nunca nos hemos preguntado las motivaciones de Japón para actuar como
actuó: “Estados Unidos había impuesto a Japón un embargo hostil de petróleo y
maquinaria, había previsto posibles ataques, sufrió pérdidas militares
relativamente insignificantes, al final sacrificó cien mil vidas americanas en
respuesta a las dos mil quinientas perdidas en el ataque, recluyó a americanos
de origen japonés inocentes en campos de concentración, y logró la victoria
mediante bombardeos incendiarios y nucleares contra civiles japoneses que hay
que contar entre los más graves crímenes de guerra de la historia”. Silencio y
amén.
Los genocidios, qué fórmula más fácil: “los
genocidios y las guerras civiles suelen suponer una división del trabajo entre
los ideólogos o caudillos que los dirigen, y las fuerzas de choque, que
incluyen un determinado número de psicópatas encantados con su cometido”. Y
sabiendo que hay entre un 1 por ciento y un 3, siempre habrá gente encantada
con su labor. “Si combinamos el narcisismo y el nacionalismo, tenemos un
fenómeno funesto que los científicos políticos denominan resentimiento: la
convicción de que la nación o la civilización de uno tiene un derecho histórico
a la grandeza pese a su estatus modesto, lo que sólo se puede explicar
recurriendo a la malevolencia de un enemigo interno o externo”. De qué me suena
esto…
Los símbolos que suelen representar a los
estados y a la justicia suelen tener una espada en la mano. La coerción es
también una buena herramienta para calmar los ánimos. El miedo al castigo.
El mundo, sí, es menos violento, pero cuando
se escribió este libro me temo que Trump aún no veía cada noche y en solitario
la televisión en el Despacho Oval y aquejado de insomnio, ni al coreano
amenazar a la isla de Guam. ¿Alguien nos cuenta los agravios de Corea del Norte
o amenaza porque les divierte?
Muy
al final habla de un ser humano con una suerte bárbara: Yamaguchi. Tsutomu
Yamaguchi sobrevivió a la explosión atómica de Hiroshima y luego, aterrado,
tomó la infeliz determinación de irse a Nagasaki. También allí le pilló la otra
bomba atómica. Luego sobrevivió más de sesenta años hasta el 2010. Antes de
morir declaró: “Las únicas personas que deberían poder gobernar países con
armas nucleares son las madres, las que aún están dando el pecho a sus bebés”.
Y hablando de bebés: “El psicólogo Richard Tremblay ha medido índices de
violencia a lo largo de una vida y ha demostrado que la etapa más violenta no
es la adolescencia ni la fase inicial de la edad adulta sino los acertadamente
denominados terribles dos años”. Sólo hay que asomarse a un jardín de infancia
o a un parque infantil para comprobarlo.
Último párrafo a modo de conclusión: “No
obstante, mientras este planeta ha ido dando vueltas conforme a una ley de la
gravedad establecida, la especie ha encontrado medios para hacer bajar las
cifras de violencia y permitir que una proporción cada vez mayor de la
humanidad viva en paz y muera por causas naturales. Pese a todas las
tribulaciones de la vida, pese a todos los problemas que sigue habiendo en el
mundo, la disminución de la violencia es un logro que podemos saborear, así
como un impulso para valorar las fuerzas de la civilización y la tolerancia que
la hicieron posible”.
Un ocho mil pasado con agrado.
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