Veinte meses en un
arrecife de las islas Auckland.
De entre la infinidad de
temas tratados en sus diarios: la I Guerra Mundial, II Guerra Mundial,
historia, arte, literatura, recuerdos, sinsabores, insectos; Ernst Jünger hacía
referencia, en muchas ocasiones, al placer que le deparaba la lectura de los naufragios,
y en concreto “Los Náufragos de las Auckland” de Raynal. Jünger me llevó muchos
meses de deliciosa lectura y ese libro, el del naufragio, se quedó en mi cabeza
desde entonces.
Hace poco leí un nuevo libro de Leys: Breviario de Saberes
Inútiles, una selección de artículos y ensayos sobre muy diferentes temas: Uno
de éstos, ¡el naufragio de las Auckland! Sí, otro saber inútil, pero ¿Qué es,
si no, toda esta colección de cosas deliciosas que no nos van a ayudar para
nada en la vida? ¿Qué cosa hay más importante?
El libro de Raynal, la idea de poder leerlo algún día, seguía
aletargada en mi cerebro como un gusano glotón; como decía Gómez de la Serna:
“Guillotinamos al gusano de tal manera que un día se vengará”: saber cada
detalle de un naufragio en un arrecife de las Aucklands en 1864, 400 kilómetros
al sur de Australia, donde tuvieron que sobrevivir 5 personas durante veinte
meses se convirtió en una obsesión.
A principios del mes de mayo comienzo la tarea de encontrar el libro de Raynal. No existe en español. Busco en todas las webs dedicadas a vender libros por correo. Nada. Libros de viejo. Nada.
A principios del mes de mayo comienzo la tarea de encontrar el libro de Raynal. No existe en español. Busco en todas las webs dedicadas a vender libros por correo. Nada. Libros de viejo. Nada.
El día 9 de mayo leo, entusiasmado, un artículo de Alfredo
Pastor (La Vanguardia) en el que habla de este naufragio para entender la
verdad de la situación extrema en Cataluña: Para mantenerse unidos (y con vida)
los cinco náufragos se dotaron de unas normas de obligado cumplimiento. Se
asignaron tareas y reglamentos. Decía Raynal: “El hombre es tan débil que a
veces ni la razón, ni la defensa de su dignidad, ni siquiera la consideración
de su interés bastan para recordarle cuál es su deber”. Todos juraron cumplir
esas normas y todos coincidieron en que fue lo que les salvó la vida. Tuvieron
que aprender a hacer aceite, jabón, una casa, cazar, pescar, una chimenea,
coser zapatos y abrigos y, al final, una embarcación capaz de atravesar un mar
difícil.
Poco después, al introducir todos los parámetros de búsqueda
(algoritmos), encuentro que un librero tiene un ejemplar extraño. Primero el
precio: 120 euros. Después el año de edición: ¡1888! Después la editorial:
Hachette. No me lo podía creer. El 08 de junio lo tenía en casa. Encuadernación
en tela, color rojo, borde dorado, papel de excelente calidad, cuarenta
grabados bellísimos. Me dice el librero que perteneció a la biblioteca de
Duarte Pinto Cohelo, el decorador portugués establecido en Madrid después de
triunfar en París; amigo de Coco Chanel, Truman Capote, Dalí y otros. Aún
después de la Guerra Civil había gente con dinero y mal gusto. Yo le dije que
estaba bien pero que el precio me parecía caro. Había visto el día anterior
¡qué casualidad después de tantos años! que se volvía a editar en la editorial
JUS y este hecho me sirvió para que me lo rebajara a noventa euros. Y además me
regaló el que quisiera elegir de los que tenía en el escaparate. Por el camino
iba apretando la bolsa con los dos libros, Señas de Identidad de Goytisolo, en
homenaje por su muerte, y este de Raynal.
Al final del libro se cuenta que al mismo tiempo otra
embarcación en otro lado de la isla naufragó con veinticinco pasajeros a bordo.
Se separaron. Sólo hubo tres supervivientes.