El otro día, a raíz de un diálogo sobre religión quise releer este libro
de Unamuno que leí hace tantos años. Qué mejor cosa para explicar lo que para
mí es la esencia de nuestra religión, la postura del padre don Manuel: “yo no
creo pero creo que la gente debe creer, debe tener esperanza; así, yo sufro y mi vida
no tiene sentido”. Libro durísimo, descarnado, teológico, filosófico. “En esta
España de calzonazos los curan manejan a las mujeres y las mujeres a los
hombres…, ¡y luego el campo, el campo!, este campo feudal…”. Él mismo decía que
había de ser su libro más leído, el que más lo definiera.
El libro de Isaac B. Singer, Un amigo de Kafka, se compone de 21 relatos.
Contados de manera suave, simple, efectiva. Hablan muchas veces del problema de
adaptación que vivieron los judíos al llegar a Estados Unidos, a Nueva York. De
los que más me han gustado: El hijo y Las palomas:
“Cada generación tiene sus
hombres sanguinarios y mendaces. Los malvados no pueden descansar. Sea en la
guerra o sea en la revolución, sea cual fuere la bandera bajo la que luchan,
cualquiera que sea su grito de guerra, la finalidad es siempre la misma: causar
daño, causar dolor, derramar sangre. Una común finalidad unía a Alejandro de
Macedonia y a Amílcar, a Gengis Kan y a Carlomagno, a Chmielnitzki y a
Napoleón, a Robespierre y a Lenin. ¿Demasiado sencillo quizá? También el
principio de la gravitación universal es sencillo, y precisamente por esto
tardó tanto en hallarse”.
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