Un día me recomendaron leer este libro. Quizá
sea por mi inclinación a hablar de la muerte en el sentido más profundo o
filosófico, o más superficial y caricaturesco. Pero ¿existe la muerte? O en
palabras de Unamuno citadas por Simon Leys: “Dios no existe, y la prueba más
clara de esto es que –como todos podéis ver- yo tampoco existo”. O la frase que
se me ocurrió ayer mientras subía un pequeño puerto de montaña en bicicleta: “Nos
decimos a nosotros mismos que vamos a morir, pero lo decimos con la boca chica”. Wiesel fue hasta hace justo un año un
pensador profundo de la espiritualidad y religión humanas, además de un
superviviente de los campos de concentración. No sabía nada de él ni de su
escritura, pero saber que había escrito un libro a las puertas de dejar este
mundo me resultó irrechazable. A Elie Wiesel le dicen que van a operarlo del
corazón y que es posible que no sobreviva. Y hace un balance de su vida en un
libro de apenas 100 páginas de letra gorda porque cualquier vida en esencia
puede resumirse en un puñado de palabras, en un puñado de imágenes.
A menudo pensamos en la muerte con valentía e
incluso con chulería, pero viéndolo como desde la barrera, desde el vigor y la
salud. Es cuando uno sale al ruedo que comienza a sentir el pavor. Pero un pavor
en forma de engaño: “podría todavía hacer esto o aquello, podría cumplir aquel
proyecto aplazado o inacabado” pero es un engaño al fin y al cabo porque la
vida te permite precisamente postergar asuntos porque nos sobra el tiempo, o al
menos tenemos esa sensación. “He aprendido mucho acerca de mí mismo y acerca de
lo que me rodea. Sobre todo, que, cuando el cuerpo se vuelve prisionero de su
dolor, una pequeña píldora o inyección resulta más eficaz que el pensamiento
filosófico más brillante”.
En ese peligro nos aferramos a lo que en “vida”
damos por sentado sin parar mucho a pensarlo. “Observarlos –a sus nietos-
mientras juegan juntos, escuchar a Eliyah leerle cuentos, es el regalo más
hermoso que se me pueda hacer”.
“Una vez liberados los campos, recuerdo que
estábamos convencidos de que después de Auschwitz ya no habría más guerras, ni
racismo, ni odio, ni antisemitismo. Pero nos equivocábamos. De ahí ha nacido un
sentimiento cercano a la desesperación. Puesto que si Auschwitz no ha sido
capaz de curar a hombre del racismo, ¿qué podrá lograrlo? Tenemos que
admitirlo: el mundo no ha aprendido nada”. (…) “Auschwitz representa una
tragedia humana, pero también, y sobre todo, un escándalo teológico. Para mí es
un hecho innegable: es imposible aceptar Auschwitz con Dios, Tampoco sin Dios.
Pero entonces, ¿cómo entender su silencio?”.
En definitiva este libro es ese repaso que
damos a la vida cuando estamos cerca del final porque sólo así somos capaces de
entresacar la esencia de entre todo lo que tiene menos importancia. Marion, su
mujer murió el mismo año: 2016.
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