Bueno, parece que, en lo que respecta a mi
experiencia personal con este autor, repito, personal, mi trayectoria de lector
con respecto a su obra no ha hecho más que caer y caer. Me arrebató su Plata
Quemada, me encantó El Último lector, sólo me agradaron sus Diarios, recientemente
editados, me gustó El Camino de Ida, y a éste no he terminado de pillarle el
tranquillo en ningún momento, a pesar de que en la contraportada se asegurara
que entre cincuenta escritores argentinos “fue elegida como una de las diez
mejores novelas escritas en aquel país”. Siempre estableciendo récords y
categorías, como los partidos del siglo que se juegan todos los años en cada
campo de futbol.
No voy a negar que el libro rezume talento
literario. Trata de eso, de contar una historia de ficción metida en la
historia verdadera o al revés. “Todos
nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma), para
imaginar que nos ha pasado algo en la vida”. “Historias que uno mismo se cuenta
para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo
que tiene sentido. Pero ¿quién puede asegurar que el orden del relato es el
orden de la vida?”.
Todos tenemos una vida “novelable” pero solo unos
pocos el talento de llevar eso a la práctica. “Pero ¿quién de nosotros no tiene
un secreto? Hasta el más insignificante, le digo, si dispusiera de un
auditorio, podría fascinarnos con el misterio de su vida”. Pero me temo que se
cumpla lo que se dice en la siguiente página en este párrafo: “Ya no hay
aventuras, me dijo, sólo parodias”.
En el libro se habla, claro, de personajes
históricos, de las dictaduras en Argentina, de Enrique Ossorio, dictador dentro
de la ficción, que se suicidó -¿suicidó?- en Chile en 1850. En el libro se va
de un siglo a otro en un suspiro. Se habla de Gombrowick, de Roberto Arlt, de
Hitler y un inverosímil encuentro con Kafka. Cartas que vienen del pasado.
En fin se dice que Piglia es, una vez muertos
Borges y Bioy Casares, el representante de la literatura argentina. Puede ser.
Y más cuando suceda lo inevitable; pronto, a tenor de la enfermedad penosa que
padece.
Un grande, sin duda, pero a quien esta no vez
no ha seducido con una historia un tanto retorcida para el paladar de éste que
suscribe.
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