jueves, 7 de abril de 2016

RICARDO PIGLIA. RESPIRACIÓN ARTIFICIAL.




  Bueno, parece que, en lo que respecta a mi experiencia personal con este autor, repito, personal, mi trayectoria de lector con respecto a su obra no ha hecho más que caer y caer. Me arrebató su Plata Quemada, me encantó El Último lector, sólo me agradaron sus Diarios, recientemente editados, me gustó El Camino de Ida, y a éste no he terminado de pillarle el tranquillo en ningún momento, a pesar de que en la contraportada se asegurara que entre cincuenta escritores argentinos “fue elegida como una de las diez mejores novelas escritas en aquel país”. Siempre estableciendo récords y categorías, como los partidos del siglo que se juegan todos los años en cada campo de futbol.

  No voy a negar que el libro rezume talento literario. Trata de eso, de contar una historia de ficción metida en la historia verdadera o al revés.  “Todos nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma), para imaginar que nos ha pasado algo en la vida”. “Historias que uno mismo se cuenta para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo que tiene sentido. Pero ¿quién puede asegurar que el orden del relato es el orden de la vida?”.   

  Todos tenemos una vida “novelable” pero solo unos pocos el talento de llevar eso a la práctica. “Pero ¿quién de nosotros no tiene un secreto? Hasta el más insignificante, le digo, si dispusiera de un auditorio, podría fascinarnos con el misterio de su vida”. Pero me temo que se cumpla lo que se dice en la siguiente página en este párrafo: “Ya no hay aventuras, me dijo, sólo parodias”.
  En el libro se habla, claro, de personajes históricos, de las dictaduras en Argentina, de Enrique Ossorio, dictador dentro de la ficción, que se suicidó -¿suicidó?- en Chile en 1850. En el libro se va de un siglo a otro en un suspiro. Se habla de Gombrowick, de Roberto Arlt, de Hitler y un inverosímil encuentro con Kafka. Cartas que vienen del pasado.
  En fin se dice que Piglia es, una vez muertos Borges y Bioy Casares, el representante de la literatura argentina. Puede ser. Y más cuando suceda lo inevitable; pronto, a tenor de la enfermedad penosa que padece.
  Un grande, sin duda, pero a quien esta no vez no ha seducido con una historia un tanto retorcida para el paladar de éste que suscribe.

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