Para hacer honor a otro de los grandes que
se murió por estas fechas, hace ya cuatrocientos años, he elegido al inglés
antes que al español, del que habré de releer en su día y de nuevo su Quijote en
una de las tres o cuatro ediciones que he comprado desde que lo leí hará quince
años.
Del volumen de sus Tragedias en realidad
he leído solo la primera y la última: Hamlet y Julio César. Y es que me ocurre
que también soy un mal lector de teatro. No logro ponerme en situación. El
teatro, creo yo, no es para leerlo sino para asistir. Al igual que en la poesía,
en el teatro son necesarias las modulaciones del que recita, las inflexiones de
voz, el dramatismo. Sin todo eso a mí
estas lecturas se me quedan planas.
En alguna parte habré dicho que tengo un
estado de ánimo distinto según lea un libro para mí dichoso o no. Y con éste,
aunque sea un anatema decirlo, mi ánimo no ha estado a la altura. Aunque
me queda el tonto consuelo de no ser el único, aunque sí el más lerdo: de
Ignacio Peyró en El Español, autor del libro Pompa y Circunstancia:
“Robert Byron le
acusó de escribir como el hijo de un tendero, Pepys bostezó con El sueño de una noche de verano, Tolstoi glosó por extenso el mucho
enfado que le causaba y Voltaire no deja de ver Hamlet -¡Hamlet!- como una pieza
bárbara y vulgar. Osbert Sitwell, por su parte, lo definió como “un dramaturgo
isabelino cuyas piezas todavía se representan en los barrios pobres de
Londres”. En cuanto a Bernard Shaw, fustigador célebre, recalca que William
Shakespeare era un magnífico contador de historias, siempre -eso sí- que
alguien las hubiera contado antes que él”.
En el tomo, así de memoria, están también
Otelo, Romeo y Julieta, El Rey Lear, Macbeth. De Julio César tenía en el
recuerdo la hermosa actuación de un Marlon Brandon jovencísimo, al comienzo de
su carrera, y ya convertido desde entonces en genio. 1953, nada menos que entre
su ¡Viva Zapata! Y Salvaje. El Julio César es una tragedia histórica de órdago.
Del libro de Bárbara W. Tuchman que precisamente leo estos días: “Atea aparece
una vez más en la espantosa visión de Marco Antonio cuando, tras contemplar el
cuerpo asesinado a sus pies, prevé que el espíritu de César, ansioso de
venganza con Atea a su lado, exclamará: “Devastación” y soltará los perros de
la guerra”.
Shakespeare,
sí, pero para las plateas y escenarios, no para el sillón apacible de una
habitación: demasiados fantasmas. Ahora este volumen, en la rampa de salida
durante ¡veinte años! Quedará custodiado en compañía de otros clásicos en la
vitrina de las visitas.
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