Hay muchas veces en que un reportaje, un
artículo, una anécdota bien contada en medio de la vorágine de la historia es
capaz de explicar mejor que ningún tratado sesudo las causas primordiales de
los grandes acontecimientos, de las grandes catástrofes. Me ocurrió con una
película que recuerdo a menudo: Tierra y Libertad. Ahí se explica muy bien qué
ocurre cuando chocan los ideales y la puesta en práctica, la complejidad de la
vida diaria en cada una de las personas que integran los hilos de las inercias
imparables.
Los hechos que se narran en este libro
ocurrieron en enero del año 1933. Gobernaba la República y las dificultades se
reproducían como conejos dopados. Ante la lentitud de las transformaciones
agrarias y ante el hambre acumulada durante generaciones –las frustraciones por
las promesas incumplidas- un grupo de campesinos de una población de Cádiz,
Casas Viejas, proclamaron una especie de revolución proletaria de juguete. En
principio, algo como de juguete.
“Aquí hay un hambre cetrina y rencorosa, de
perro vagabundo”.
“Después de ver a estos hombres da vergüenza
comer”.
Depusieron al alcalde, bien, y lo único que
quedaba por hacer era desarmar a los cuatro Guardias Civiles. Ahí estuvo el
fallo. No se rindieron, uno de ellos murió y el otro resultó herido; los otros
dos consiguieron pedir ayuda. La crónica la cuenta Ramón J. Sender como si la
estuviera viviendo en presente. Con su inigualable maestría para dotar a cada
frase de dramatismo se puede decir que fue el precursor de un Capote que
llegaría muchos años después con su A Sangre fría. Al final hubo veinticinco
muertos. La forma de morir de esas personas, narrada con todo lujo de detalles
reconstruidos por la acumulación de testimonios, informes y demás
investigaciones, sería inconcebible en cualquier país civilizado de su entorno.
“Ese atraso secular fue una de las razones que
más abonaron el terreno para un cambio del régimen monárquico por una república
que, en el campo, se asociaba casi exclusivamente con la reforma agraria”.
“El servicio militar es para muchos el
recuerdo de un tiempo en que se comía dos veces por día”.
“No olvidar que cuando se habla en Casas
Viejas de comunismo libertario todos entiendes que se trata de poner en cultivo
33.000 hectáreas de buena tierra”.
Así, ¿cómo no iba a llevarse esa hambre
crónica, esa injusticia centenaria regímenes, haciendas y personas?
Estos hechos fueron uno de los antecedentes
que sirvieron para hacernos una idea de lo que vendría después. Machacar al
pobre y favorecer al rico. O perjudicar al rico y que se monte una guerra
machacando al pobre.
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