miércoles, 3 de febrero de 2016

Carrington, una vida con Lytton Strachey. Michael Holroyd.





  A veces, en realidad muchas veces, una película se utiliza para darle un empujón a las ventas de un determinado libro. Es lo ocurrido con Carrington, la película de Christopher Hampton estrenada en 1995. Enseguida se publicó aquí en España la biografía escrita por Holroyd en la que se basó la película. En realidad es la biografía de Strachey, pero al parecer a los editores les pareció que tendría más tirón la figura de ella que la de él; de ahí el título engañoso.
Está traducida por el inagotable (hasta que se murió, el pobre) Miguel Martínez-Lage.
  Este es uno de los ejemplares que compré en la deliciosa playa de Suances el verano pasado. Un puesto de veinte metros lineales lleno de cajones repletos de libros de saldo. Cada vez que fui a la playa rebusqué en las profundidades y pude hacerme con algunas joyitas. Entre ellas, esta estupenda biografía al estilo anglosajón. Que es como decir del mejor estilo. Por tan solo cinco nutrientes euros.
  La figura de Lytton Strachey está llena de elementos, podríamos decir, literarios. Vamos, que se le puede sacar bastante partido al intento de convertirla, a su figura, en un artefacto literario. Era un ser que podría estar callado una cantidad de tiempo poco razonable y sin embargo establecer a su alrededor el máximo interés entre sus acompañantes. Lo que más le gustaba era leer y lo segundo era leer a los demás lo que escribía, o lo que le gustaba haber leído. Era inteligente, estrafalario, divertido a su manera, aunque podía convertirse en un ser desagradable con quien no era de su agrado.
 “A menudo entro en la intimidad de Lytton cuando hablamos de libros. Es entusiasta, despoja su mente de todo rebozo, su atención es sumamente vivaz, siempre y cuando se trate de los libros. Cuando se trata del amor, es mucho más críptico”. Virginia Woolf.
  Era alto, un poco desgarbado, de manos interminables, finas; lucía una barba a lo Valle-Inclán y estaba poco dotado para el esfuerzo físico. Por lo demás era homosexual pero con una peculiaridad: a pesar de que tuvo amantes estables, su relación más duradera, más amorosa, más interesante, la tuvo con Dora Carrington; una mujer brillante, interesante pintora, bisexual a la que en realidad le interesaba poco el sexo.
  Fue escritor de biografías, sobre todo la de la Reina Victoria y el conjunto de “Victorianos eminentes”. Claro, me han dado unas ganas locas de hacerme con este libro, sobre todo al referido al General Gordon. No se hizo millonario pero vendió una buena cantidad de miles de ejemplares, lo que le sirvió para vivir cómodamente.
  Me ha recordado un poco a la persona de Oscar Wilde; hasta en la anécdota del idioma inglés. Es sabido que el autor del Retrato de Dorian Grey, efectuó unas declaraciones al respecto de lo que diferenciaba a los ingleses de los estadounidenses: “El idioma, por supuesto”.
  “Sopesó la idea de un libro sobre George Washington, aunque le disuadió la perspectiva de tener que aprender esa lengua incomprensible y bastante insufrible por cierto, el norteamericano´”.
  Hizo suya la sentencia de W.G. Ward:
  Cuando me entero de que a tal hombre se le tiene por juicioso, sospecho de él; si en cambio se le llama juicioso y venerable, ya sé que es una sabandija. Del mismo modo, cuando oigo que a tal o cual persona se le tiene por “victoriana” sospecho de ella. Pero si oigo que se le llama “victoriano eminente”, escribo su vida.

 




  Murió en 1932, con cincuenta y un años, víctima de problemas intestinales. Creyeron que debido a fiebres tifoideas. En aquella época  la medicina estaba aún en pañales. En realidad, se descubrió luego en la autopsia, tenía un carcinoma de estómago.
  Para Carrington simplemente la vida era inconcebible sin él. Semanas después se pegó un tiro de escopeta haciéndolo tan mal que le costó una buena cantidad de horas de agonía.  
 
  Un apunte sobre una carta que Lytton Strachey envía a un amigo:

  Generalización nº 1: El secreto de la felicidad está en no querer ni mucho ni poco.
  Generalización nº 2: Nadie puede dominar este secreto hasta que no cumpla los 39.

  El libro tiene pasajes divertidos, en especial el referido a su viaje a España, a Yengen, junto a Dora para visitar al amigo de ambos, mi querido Gerald Brenan. “El traslado del gran autor hasta mi refugio de montaña comenzó a adquirir cada vez con más claridad las proporciones de una dificilísima operación militar”.
  Carrington: “Dios mío. Nunca me alegré tanto de llegar a un sitio como al llegar a la casa de Gerald aquella noche”.
  Este podría ser el gran broche de oro a las magníficas vacaciones en el norte: la lectura de una gran biografía.

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