Borges decía que La
Tierra Púrpura, de este autor, era “la novela primordial del criollismo” y que era
“uno de los pocos libros felices que hay sobre la tierra”. Y no sé si tendrá razón pero leyendo El Ombú
uno puede llegar a respirar el aire frío de la Pampa, apreciar las distancias enormes,
lisas como una sartén; escuchar el canto de pájaros extraños en frías
madrugadas, el olor a grasa y a humo cuando atardece y cuando la sensación de
soledad es más dolorosa. Puede uno ver a lo lejos el Ombú, que es en definitiva
un árbol imponente y solitario que acaso no debería estar allí y que sin
embargo ofrece una sombra salvadora a los viajeros en los días rabiosos de sol,
en un mundo en que los seres humanos están alejados unos de otros.
El Ombú es uno de los
libros de cuentos escritos por este originario de Los Estados Unidos y que en
1874 se instaló definitivamente en Inglaterra de donde no salió jamás. Todos
están ambientados en esta zona de Argentina. En algunos salen, como
trasplantados, los indios salvajes que hemos visto en cien películas de
vaqueros. Y es que en Argentina también tuvieron su oeste salvaje.
De este autor leeré,
más temprano que tarde, su obra autobiográfica Allá lejos y hace tiempo.
En los cuentos de
Hudson la gente se va lejos y por mucho tiempo, dejando a otros atrás.
“Apreciaré la
pobreza en que vivo y seguirá lo que deje a mi hijo como preciosa herencia
cuando muera, porque en la pobreza está la paz”. Y donde la tierra es tan dura
que apenas pueden enterrar a los muertos:
“Nuestro pobre compañero murió esa noche y nosotros
juntamos numerosas piedras y las apilamos sobre su cuerpo para que los zorros y
los caranchos no lo pudieran devorar”.
Una tierra donde
las leyes de la justicia y las de la moral apenas existen: “En el ejército,
amigo, acostumbramos a decir que nada de lo que hacemos está mal, porque la
responsabilidad de nuestros actos recae sobre nuestros superiores; así que la
más bárbara de nuestras acciones no es mayor pecado que el derramar la sangre
del ganado que carneamos, o la de los indios que no son cristianos, y que por
lo tanto, a los ojos de Dios no pueden ser tenidos en cuenta: es lo mismo que
si fueran ganado”.
El esfuerzo de los
misioneros por humanizarlos: “Cuenta de qué manera se trataba de impresionar a
los chiriguanos sobre el peligro que corrían al rechazar el bautismo, describiéndoles
su vida futura, condenados al fuego eterno del infierno. A esto respondían que aquello
no les inquietaba, si no que, por el contrario, les satisfacía mucho saber que
las llamas futuras no se apagarían nunca, pues eso les ahorraría infinitas
molestias, y que si llegasen a encontrar fuego demasiado intenso, ellos se
alejarían a una distancia adecuada. ¡Tan difícil era para sus mentes paganas
comprender las solemnes doctrinas de nuestra fe!”. Y ¡tan preclaras! Añadiría yo.
De este párrafo es “Marta
Riquelme”, quizá el más logrado de todos los cuentos. Trata de un jesuita al
que acabados sus estudios es enviado a Jujuy, una región apartada, emparedada
en las grandes alturas de Los Andes. Allí no hace más que sufrir y encima
enamorándose de una muchacha. Un cuento hermoso y desesperanzado como el viaje
a través de una pesadilla de la que no pudieras despertar.
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