He terminado de leer un libro que está dando
mucho que hablar: Instrumental, de James Rhodes. Me llamó la atención hace unas
semanas cuando su autor, concertista de piano, confesó en una entrevista que
Bach le había salvado la vida. Cualquiera que lea artículos en la prensa o esa
revista tan recomendable como Jot Down se habrá tropezado con él. En el
prólogo, a grandes rasgos, Rhodes nos dice que sufrió de niño abusos sexuales,
que de joven abusó de las drogas, que ha estado a punto de suicidarse,
etc. De hecho fue una suerte que un
celador de la clínica donde estaba ingresado lo descolgara con gran esfuerzo
dentro del baño. No es de extrañar que su ex mujer intentara por todos los
medios impedir la publicación de este
libro. Tienen un hijo en común y no es bonito saber que tu hijo sabe que todo
el mundo sabe que su padre ha intentado quitarse de en medio y que ha
coqueteado con toda clase de drogas. “…había tomado la decisión de suicidarme,
y en esa aceptación me procuró la sensación de libertad más increíble”.
“Lo
mejor de querer suicidarse es la energía que sientes después de decidirlo: como
si te hubieran dado alas después de haber avanzado penosamente por arenas
movedizas durante varios años”. Las pintas de Rhodes son las de un profesor a
sueldo de una universidad subversiva. Vamos que podría encuadrarse dentro de
unas hipotéticamente filas de Podemos británicas.
En
estas memorias, cada capítulo del libro es un capítulo de su vida y tienen como
introducción una pequeña biografía de un autor clásico. El primero: Bach y sus
Variaciones Goldberg. “Como oyente, en mí tienen un efecto que solo logran los
medicamentos más punteros. Son clases magistrales sobre Lo Maravilloso, y
contienen todo lo que una persona podría querer a lo largo de su vida”. Eso es
pasión.
Después de la separación con la mujer que
tuvo a su hijo comenzó otra con una que al parecer es el complemento perfecto
para él. Pero también surgieron problemas. Quizá sea el destino de cada hombre:
no saber vivir sin problemas: “También sé que los hombres siempre queremos
marcharnos, es un reflejo condicionado. De modo que siempre nos cuestionamos
las cosas, normalmente en nuestro fuero interno; pocas veces se lo contamos a
nuestros amigos, y pocas veces, y de la forma más tonta, a nuestras parejas.
Está esa vocecilla que creerá que hay una persona más mona, más fuerte
emocionalmente, más cerda en la cama, más independiente, que huela mejor, que
mole más y yo qué coño más sé”.
Por suerte a cada hombre, normalmente,
también le llega una edad en la que comienza a entender que es inútil ya
cualquier búsqueda, cualquier nuevo encuentro, cualquier sorpresa.
El destino ha querido que Rhodes siga entre
nosotros. Que sea uno de los más modernos e interesantes divulgadores de la
música clásica. Un concepto por cierto que él quiere descartar. La música
clásica, los grandes autores y las grandes obras son algo que siempre será
moderno y que seguirá asombrando a cada generación venidera, y por porqué no,
también servirá para salvar vidas. Al parecer ha creado un propio sello para
hacer la música más atractiva a los jóvenes. Seguirá dando conciertos donde la
gente podrá comer y beber, podrá aplaudir si quiere entre piezas que quizá
hasta ahora era de mal gusto o de mostrar poco conocimiento aplaudir.
Ojalá tenga suerte.
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