En el noventa, cuando Círculo lanzó el éxito
de ventas que fue Juegos de la Edad Tardía, lo compré y lo leí. Ese mismo año se
llevó el premio de la Crítica y el Nacional de Literatura, para un autor
primerizo. Trataba sobre la vida rutinaria y aburrida de dos personajes que se
inventan otra personalidad, otros oficios y habilidades, otra realidad. Se me
hizo algo pesado, así es que, como me pasa con otros autores, decidí no leer
nada más de él. Pero años más tarde mi madre me regaló El Guitarrista, también
de Landero. Algo debió ver en mi cara, que me preguntó si es que no me gustaba.
Le dije que había leído un libro suyo que no me había gustado mucho. Sin
embargo, El Guitarrista fue un descubrimiento. Hablaba de su época de
aprendizaje de ese instrumento en el que yo también hacía mis avances. Hablaba
también de su tío, del que tanto aprendió.
Éste que me ocupa lo alabaron tanto en todas
partes que tampoco me he atrevido a dejarlo pasar. En definitiva, El Balcón de
Invierno es la narración de su infancia en un pueblo de Extremadura, en un
entorno rural sin ningún contacto con los libros y de cómo se convierte por
azares de la vida en escritor. Habla de su padre, un personaje perdedor y
fanfarrón. Del amor de su madre, su abuela y sus tíos. Del traslado a un barrio
de Madrid siendo apenas un adolescente. Cuántos de la quinta de los años
sesenta podemos recordar cosas tan parecidas. Un libro entrañable, sentimental,
a veces humorístico, y siempre magníficamente escrito.
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