Muchos
fueron los periodistas que utilizaron la frase: “A las ocho y quince minutos de
la mañana del día seis de agosto de 1945 estalló sobre Hiroshima la bomba
atómica” y no estuvieron allí, pero pocos como Hersey fueron sobre el terreno a
contar historias humanas acerca de aquel ataque. En un instante murieron cerca
de cien mil personas. Muchos quedaron heridos y mutilados, horriblemente
desfigurados; quemados, ciegos, con dolores insoportables. Y este periodista
norteamericano, que se encontraba por la zona cubriendo noticias para el New
Yorker, quiso entrevistar a seres humanos y cómo cambiaron sus vidas. Fue
editado en una revista en el año 46, ampliada sucesivamente en 1973 y 1985. Cuando
murió, en 1993, en Key West (quizá me crucé con él por esas calles tan de
estilo colonial en mi viaje que hice allá en el año 92), dijeron de este
reportaje: “el más famoso artículo de revista jamás publicado”.
El estilo del periodista no pierde el tiempo
en sentimentalismos o en tremendismos. No se duele de los sufrientes: los
observa y lo relata, asépticamente. Posee una de las características que más
admiro en un escritor: la contención. Sólo así uno puede apreciar lo más
horrible.
Aparte de todo eso el libro tiene una teoría:
la bomba no fue estrictamente necesaria. Japón estaba militarmente destrozado y
ya se habían enviado cables negociando una rendición. Pero EEUU lanzaba la
bomba sobre Japón para avisar a la Rusia. Mi teoría durante años es que Japón
era un imperio duro de pelar. Los soldados eran los más disciplinados y estaban
listos para morir por su patria. El desgaste de los aliados era ya tan tremendo
que la opción de la bomba era un atajo tan atractivo que fue difícil de
rechazar.
En el artículo el autor eligió unos cuantos
personajes, unas cuantas personas: un médico, una bibliotecaria, una niña, etc.
Y les hace un seguimiento hasta el final de sus días. Sus sufrimientos, sus
triunfos, sus avances en la enfermedad. Y pone de manifiesto una realidad
terriblemente aumentada: la guerra moderna de entonces no solo aniquilaba a
contemporáneos, también lo hacía con las generaciones venideras. Millones de
japoneses sufrieron los efectos de la bomba años después.
Magnífico el prólogo de Juan Gabriel Vásquez,
y magnífica la traducción. Si alguien quiere enterarse de qué va este libro sin
leerlo, cómo se gestó y la historia que vino después (pero como dice la
publicidad, todo el mundo debería leerlo) le bastaría con leerlo. “El lector de
Hiroshima es una especie de Marlowe contaminado; el libro es una de las tantas
versiones de Kurtz, ese gran contaminador”. Como destaca acertadamente “El
horror, el horror…”, es una palabra que aparece solo en dos ocasiones. “Sus
caras completamente quemadas, las cuencas de sus ojos huecas, y el fluidos de
los ojos derretidos resbalando por las mejillas”.
Importantísima esta lectura de este libro en
el setenta aniversario de lo que nunca debió ocurrir.
Mi madre cumplía aquel día 4 años.
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