Después de varios intentos de ver esta
magnífica colección, por fin he podido darme un atracón de varias horas,
zambullido en verdaderas maravillas. Algunas veces por ser lunes y otras por
estar en obras de remodelación, nunca había podido entrar.
En el edificio hay obras inmortales de los más
grandes, claro, Goya entre ellos, pero lo que más me gusta es descubrir a
nuevos talentos por mí desconocidos, y como tampoco soy un experto, pues eso me
sucede a menudo. Hoy han sido dos los que me han llamado poderosamente la
atención: Eduardo Chicharro, cuyas “Tentaciones de Buda” deja a uno con la
mandíbula desencajada. Es un cuadro enorme en el que se ve a un jovencito Buda
en postura reconcentrada y rodeado de un montón de mujeres desnudas con unos
cuerpos y estilos que bien podrían haber salido de una fiebre del sábado noche de
Nueva York o de Marrakech de este último fin de semana, y que fue terminado en
1921 después de cinco años de arduo trabajo. Y el otro es Fernando Labrada.
Un
pintor malagueño que tuvo como maestro a Degrain y que debido a su talento fue becado
a Italia. Allí se enamoró de los renacentistas y, si no los superó en la
técnica, desde luego se acercó mucho. Hay un retrato de la que hacía a menudo
de modelo tan bueno, que un matrimonio mayor y yo –apenas había público- nos
hemos quedado embobados un buen rato apreciando la transparencia del pendiente,
la definición perfecta de los ojos, el semblante clásico de la pose… era ¡tan real!
que incluso les he comentado que es más definitivo y pulcro que una fotografía
de gran calidad.
Uno sale un poco mareado por ese mal descrito
por el escritor francés ante tanta belleza, pero a la vez sale feliz; seguramente mejorado.
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