Desde que leí el libro “Yo te diré, La
verdadera historia de los últimos de Filipinas”, de Manu Leguineche, quise leer
este libro del héroe de la Independencia, José Rizal. Lo nombra en infinidad de
ocasiones. A uno, de alguna manera, le da vergüenza ser heredero de aquellos
que tan torpemente llevaron el asunto de las colonias en general, y el asunto
de la persecución, del juicio y ejecución de Rizal en particular.
Rizal era una mezcla de chino, español y malayo. Era hijo de una
acaudalada familia de campesinos. Desde pequeño destacó por ser muy bueno en los estudios. Cursó
estudios de medicina y filosofía y letras en Madrid y en diferentes ciudades
europeas. Siempre sacó extraordinarias notas. Se especializó, quizá para ayudar
a su madre que se quedaba ciega, en oftalmología. Llevó un diario desde su
juventud; hoy difícil de encontrar.
En este libro se habla de los distintos grupos de personas que poblaban
aquella sociedad de finales del siglo XIX. El privilegio vergonzante de los
curas, el poder absoluto de las autoridades de origen español, la arbitrariedad
en los juicios, los desmanes sin reparación…
“Rizal fue reclamado desde Manila para
responder de la rebelión tagala, en la que no quiso participar y a la que se
refirió duramente como absurda…” del prólogo de Pedro Ortiz Armengol. Pero
había escrito ya nuestro doctor durísimos y certeros artículos de lo que era la
situación insostenible de su patria. “Faltaron mesura, inteligencia y otras
virtudes…”; y es que, siempre pasa lo mismo. Rizal nunca fue un guerrillero
sanguinario. Sólo aspiraba a que su país tuviera representación parlamentaria
para mejorar su situación: “En lo que a mí toca, he intentado hacer lo que
nadie ha querido. Yo he querido responder a las calumnias que por tantos siglos
han sido amontonadas sobre nosotros y nuestro país”. Dio igual.
En la novela se cuentan las vicisitudes de Crisóstomo Ibarra que llega
desde Europa investigando el asesinato de su padre. También se cuenta la
historia de un amor imposible. Todo se va al traste cuando la Iglesia de allá
ve con malos ojos la influencia perniciosa que pueda traer del extranjero; más
cuando pretende crear una escuela en su pueblo: ¡una escuela! Para imbuir de
cultura occidental a los niños de familias pobres y sumisas! No, todo se volvió
en su contra. Hasta los padres de los niños.
Hay persecuciones y un final abierto que continua en la segunda parte:
Filibusteros, que, por lo que dicen, es menos fresca y entretenida.
En cualquier caso: misión cumplida.
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