martes, 28 de julio de 2015

RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO. CAMPO DE RETAMAS. PECIOS REUNIDOS.




  El único libro que había leído de Sánchez Ferlosio era El Jarama. Y lo que más me gustó, igual que a la crítica, fueron las descripciones que hace de la naturaleza cercana a la capital. Él confesó en alguna entrevista que casi las copió de algún tratado de geografía de algún instituto cartográfico o algo así, no recuerdo. El resto eran diálogos más o menos aburridos de un grupo de jóvenes de excursión en un caluroso día de verano. Sin embargo, dada mi afición a los escritos breves, a los aforismos, a las entradas de diarios, a las reflexiones certeras, me decidí a comprar este libro. También a la recomendación de Savater, aunque entienda que también pueden ser favores que se hacen los amigos y colegas de vez en cuando.
  “Pecio” pueden ser los restos de una embarcación a más o menos profundidad. Para entender algunos de éstos hay que bajar bien al fondo y sin oxígeno; y muchas veces uno ha de subir a la superficie a respirar sin haber encontrado nada de valor que echarse a la agenda, pero otras veces, con gran alegría y asombro, uno encuentra verdaderos tesoros.
  “Lo malo de los viejos es que no cambiamos de opinión. Por eso hay que prestar mucha atención a con qué pensamientos se jubila uno a los setenta y cinco años, porque ésa va a ser su renta hasta el final de sus días”.
  A la manera de Von Clausewitz “La diversión es la continuación del aburrimiento pero con otros medios”.
Leído por él en una peluquería: “El dinero no da la felicidad pero aplaca los nervios”. A la que enfrenta a una doble inversión lógica: “El dinero da la felicidad, pero destroza los nervios”.
Y éste para terminar. Cuántas veces lo habré pensado, señor: “Al Creador: Señor, ¡tan uniforme, tan impasible, tan lisa, tan blanca, tan vacía, tan silenciosa, como era la nada, y tuvo que ocurrírsete organizar este tinglado horrendo, estrepitoso, incomprensible y lleno de dolor”.
  Bueno, otro más, que es          que no tiene desperdicio: “La existencia de Dios es como la calidad de aquella pasta de dientes norteamericana cuyo eslogan publicitario era: ¡Tres millones de americanos no pueden estar equivocados!, en efecto, un dios con tres millones de creyentes no tiene más remedio que existir; y si son muy fanáticos, con menos”.

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