No tiene mucho que ver pero durante toda la lectura de esta cumbre de la
novela negra (el Everest de la novela negra, para seguir con la moda última de
comparar lo sublime con la montaña más alta del planeta), no he podido dejar de
imaginar los rostros de los protagonistas con los protagonistas de la película
L.A. Confidencial: Russell Crowe, Kim Basinger, Kevin Spacey (cómo me hubiera
gustado tener la expresión de este hombre, la expresión de profundo cinismo).
La novela se lee muy bien a pesar del número de páginas. A cada paso uno
encuentra graciosas comparaciones y salidas asombrosas: “Carne tiene tanto
encanto como los calzoncillos de un minero”.
La trama está bien, tiene intriga y uno se dice pocas veces a sí mismo: “me
importa un pito lo que le haya pasado a ese”, y es que el cine, la literatura
es a condición de dejarte engañar.
También me ha gustado porque toca temas dentro de la trama, como por
ejemplo, el esfuerzo que se requiere para escribir. Un personaje dice que le
cuesta poco escribir después de una borrachera; si sale todo fluido será bueno
lo que salga de ahí; y el otro le responde: “Depende, tal vez, de quién sea el
escritor. A Flaubert no le resultaba nada fácil escribir, pero lo que producía
era bueno”.
También tiene párrafos para enmarcar como cuando critica la democracia.
De rabiosa actualidad: “Vivimos en lo que se llama una democracia, el gobierno
de la mayoría. Un espléndido ideal si fuese posible hacer que funcionara. El
pueblo elige, pero la maquinaria del partido nomina, y las maquinarias del
partido, para ser eficaces, necesitan mucho dinero. Alguien se lo tiene que
dar, y ese alguien, ya sea individuo, grupo financiero, sindicato o cualquier
otra cosa espera cierta consideración a cambio”. Parece sacado de la página del
periódico de esta mañana. No me resisto a dejar aquí constancia del párrafo completo.
El final se me hizo algo previsible pero en general me ha gustado.
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