jueves, 8 de enero de 2015

LOS CIGARRILLOS SON SUBLIMES. RICHARD KLEIN.



  Este es el libro que Simon Leys decía estar buscando en su estupendo conjunto de artículos que es “La felicidad de los pececillos”. Y era para denunciar precisamente la persecución implacable que los cigarrillos están teniendo en el mundo occidental de unos años a esta parte. A mí me parece bien. Sí que estoy en contra de la hipocresía de los estados subvencionando su producción y en no prohibirlo directamente. El autor, profesor de literatura en la Universidad de Cornell, confiesa en las primeras páginas que ha dejado de fumar hace poco y que el motivo de su escritura no es incitar a su consumo. Pero a continuación y durante el resto de las páginas no deja de ensalzar la imagen icónica y cultural del cigarrillo “aunque nocivos para la salud, son un magnífico y hermoso instrumento civilizador y una de las más gloriosas aportaciones de América al mundo”. Frases de la misma colección abundan por todas partes.
  El libro enseguida me ha decepcionado porque me he ido a la sección final de la  bibliografía y he visto que no se menciona ni una vez a Julio Ramón Ribeyro y su cuento “Sólo para fumadores” ni a Guillermo Cabrera Infante y su “Sólo humo”. No se puede escribir un libro sobre los cigarrillos sin mencionar a estos dos autores y a su relación con el tabaco.
  Yo dejé de fumar hará trece años. Y empecé con apenas doce en una tarde de lluvia e invierno, acompañado de dos amigos escondidos en el hueco casi subterráneo de una torre de alta tensión. Era un Fortuna empapado de perfume y de mareo que no me gustó demasiado pero que me daba una sensación maravillosa de adultez y de pecado. Desde entonces me aficioné a fumar con agrado y hasta delectación. Sólo cuando cumplí veintiocho años (lo sé porque lo escribí en un papel que guardé mucho tiempo) intenté dejarlo y no lo conseguí; quitando dos o tres días llenos de mala baba y estrés. Así es que se puede decir, siempre con mala conciencia del hábito, que me estuve mentalizando para dejarlo hasta poco antes de nacer E., mi segunda hija. Un buen motivo para dejarlo y romper con la típica imagen del papá esperando al bebé sin parar de fumar. Era justo cuando se comenzó a prohibir fumar en los hospitales. ¿Alguien lo puede imaginar actualmente? Y hasta ahora que me he convertido en un radical antitabaco. Nadie fuma en casa y menos en el coche.
  Sí me han gustado en cambio las muchas referencias a El ser y la nada, de Sartre, La Conciencia de Zeno, de Italo Svevo y a la Carmen, de Bizet y Marimé.

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