Este es el libro que Simon Leys decía estar buscando en su estupendo
conjunto de artículos que es “La felicidad de los pececillos”. Y era para
denunciar precisamente la persecución implacable que los cigarrillos están teniendo
en el mundo occidental de unos años a esta parte. A mí me parece bien. Sí que
estoy en contra de la hipocresía de los estados subvencionando su producción y
en no prohibirlo directamente. El autor, profesor de literatura en la Universidad
de Cornell, confiesa en las primeras páginas que ha dejado de fumar hace poco y
que el motivo de su escritura no es incitar a su consumo. Pero a continuación y
durante el resto de las páginas no deja de ensalzar la imagen icónica y
cultural del cigarrillo “aunque nocivos para la salud, son un magnífico y
hermoso instrumento civilizador y una de las más gloriosas aportaciones de
América al mundo”. Frases de la misma colección abundan por todas partes.
El libro enseguida me ha decepcionado porque me he ido a la sección
final de la bibliografía y he visto que
no se menciona ni una vez a Julio Ramón Ribeyro y su cuento “Sólo para
fumadores” ni a Guillermo Cabrera Infante y su “Sólo humo”. No se puede
escribir un libro sobre los cigarrillos sin mencionar a estos dos autores y a
su relación con el tabaco.
Yo dejé de fumar hará trece años. Y empecé con apenas doce en una tarde
de lluvia e invierno, acompañado de dos amigos escondidos en el hueco casi
subterráneo de una torre de alta tensión. Era un Fortuna empapado de perfume y
de mareo que no me gustó demasiado pero que me daba una sensación maravillosa
de adultez y de pecado. Desde entonces me aficioné a fumar con agrado y hasta
delectación. Sólo cuando cumplí veintiocho años (lo sé porque lo escribí en un
papel que guardé mucho tiempo) intenté dejarlo y no lo conseguí; quitando dos o
tres días llenos de mala baba y estrés. Así es que se puede decir, siempre con
mala conciencia del hábito, que me estuve mentalizando para dejarlo hasta poco
antes de nacer E., mi segunda hija. Un buen motivo para dejarlo y romper con la
típica imagen del papá esperando al bebé sin parar de fumar. Era justo cuando
se comenzó a prohibir fumar en los hospitales. ¿Alguien lo puede imaginar actualmente?
Y hasta ahora que me he convertido en un radical antitabaco. Nadie fuma en casa
y menos en el coche.
Sí me han gustado en cambio las muchas referencias a El ser y la nada,
de Sartre, La Conciencia de Zeno, de Italo Svevo y a la Carmen, de Bizet y
Marimé.
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