miércoles, 28 de enero de 2015

ANTONY BEEVOR. CRETA.




  Al principio de la II Guerra Mundial, Hitler decidió la invasión de la Isla Griega utilizando lo que hasta el momento fue el mayor lanzamiento de paracaidistas de la historia: miles de soldados alemanes fueron lanzados en diferentes zonas de la isla. Solo el primer día murieron cerca de dos mil. Este libro narra esa batalla; el repliegue de las fuerzas aliadas hacia la costa y posterior envío por barco a Egipto, compuestas sobre todo por británicos, neozelandeses y los propios cretenses; las acciones de los servicios de inteligencia y la guerrilla, y la posterior rendición nazi ante el fracaso de la campaña de Rusia, entre otros motivos.
  Como siempre, Beevor mezcla de manera magistral la historia con mayúsculas y las anécdotas a pie de pista. Habla en infinidad de ocasiones de uno de mis héroes preferidos: Patrick Leigh Fermor, quien junto con Moss, ambos oficiales de inteligencia llenos de juventud y de imaginación, secuestraron al General Kreipe, Jefe de las fuerzas germanas en la Isla, llevándolo posteriormente a Egipto para ser juzgado. Un fuerte golpe para la moral de las tropas.
  Estos son algunos de los párrafos que más me han llamado la atención:
  “En sus filas –la de los servicios de inteligencia británicos- figuraban desde catedráticos filohelénicos hasta malhechores con buenos contactos, pasanado por muchas gradaciones intermedias, como un puñado de buenos soldados regulares, románticos, escritores, académicos haraganes y algún que otro aventurero louche”.
“Una isla con una larga historia tan larga de ocupación y rebelión como Creta inevitablemente tenía que creer instintivamente en el trato despiadado de los traidores. Los colaboradores sabían que no podían esperar clemencia si los atrapaban. Un agente alemán capturado por los andartes suplicó que lo dejaran suicidarse. Le rompieron las piernas con dos pedruscos a cierta distancia del borde de un acantilado, de modo que tuvo que arrastrarse hasta el final para lanzarse por él”.
  En otra ocasión ataron a un soldado alemán a otros varios a modo de cadeneta y al borde de un pozo profundo. Mataron al primero que fue arrastrando al resto. En otra ocasión unos niños mataron a un oficial alemán. Le quitaron su Luger y le pegaron un tiro a las afueras de Canea. Cuando se enteraron los del pueblo se entristecieron mucho porque había sido un doctor y había ayudado desinteresadamente a muchos del lugar. Son las injusticias de la guerra. Un pantanal. Como dice Leigh Fermor en un párrafo de uno de sus libros: “el que escogiéramos la obsoleta materia de griego fue lo que nos hizo a fin de cuentas acabar en esos lodos”.  “El ejército había comprendido que la lengua antigua, por imperfecto que fuera su dominio, abría las puertas a la lengua moderna: sólo así se explica la súbita aspersión de tantas figuras extrañas sobre los peñascos del continente y las islas”.

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