sábado, 30 de noviembre de 2013

UN TIEMPO PARA CALLAR. PATRICK LEIGH FERMOR.




  Es el tercer libro de Paddy que leo. Me ha ganado este hombre, qué se le va a hacer. Y seguiré buscando cada libro suyo. En este caso se trata de un libro que cuenta su experiencia en diferentes abadías y monasterios europeos a finales de los años cuarenta. Lo hizo para escribir su primer libro, The Traveller´s Tree sobre sus viajes a sudamérica. Está magníficamente traducido y prologado por Dolores Payás. Por cierto que buscando sobre esta mujer he descubierto que ha publicado un librito en Acantilado, Drink Time, (En compañía de Patrick Leigh Fermor) al cual conoció por verdadera insistencia.  Lo buscaré.
  El libro se articula en los capítulos: 1.- Introducción 2.- La abadía de Saint Wandrille de Fontanelle 3.- De Solesmes a la Gran Trapa 4.- Los Monasterios rocosos de Capadocia y 5.- Epílogo.
  1.- En la introducción cuenta algo sobre el carácter de los monjes, sobre qué pensaban éstos del libro una vez publicado, y sobre su adaptación a los rigores de aquella vida austera y silenciosa. El libro tuvo buena acogida cuando se publicó a pesar de que algún monje le enmendara la plana. Más que nada por revelar detalles íntimos. Pero tras un intercambio de cartas todo volvió a su cauce. “En la reclusión de una celda las turbulentas aguas de la mente se apaciguan y clarifican, las ocultas impurezas que la oscurecen flotan hasta la superficie donde pueden ser retiradas; y después de un tiempo se alcanza un estado de paz inconcebible en el mundo ordinario”.
  2.- Ante el temor de que su primera incursión fuera un fracaso Paddy pasa la noche de antes de una manera horrible, rodeado de pesadillas. Pero los monjes lo acogen con simpatía y se introduce sin más en aquel mundo tan… diferente. “Había venido en busca de quietud, soledad y paz, y aquí las tenía; todo lo que tenía que hacer era escribir. Pero transcurrió una hora y nada sucedió”. Me ha recordado estas cuantas hojas de adaptación a esas películas en las que alguien debe pasar por un proceso terrorífico para al final pasar la prueba y renacer “en otra parte”. Sea como ejemplo este párrafo contundente sobre sus primeras impresiones: “Estos hombres vivían realmente como si cada día fuera el último, en paz con el mundo, confesos, fortificados por los sacramentos, siempre preparados para dejar de existir cualquier medianoche sin dolor alguno. La muerte, cuando llegara, sería el más fácil de los tránsitos. Tenían ya la apariencia, el silencio, el aspecto y los andares de los espíritus; el último paso sería tan sólo una cuestión de detalle”.
  Uno de sus últimos moradores, cuenta Paddy, fue un autor para mí muy querido por sus libros de naturaleza: Maurice Maeterlinck.
  Siguen una serie de páginas deliciosas en cuanto a la transformación, el elogio del pensamiento y el rezo, el silencio, la ausencia de toda la superficialidad que anida en la vida cotidiana de la mayoría de seres humanos. “Durante siglos fueron los únicos guardianes de la literatura, los clásicos, de la erudición y las humanidades en un mundo en el que la confusión era solo comparable a la de nuestra era atómica”. Ningún monasterio de Francia recibía dinero del estado así que debían ser autosuficientes, y eso conlleva mucho trabajo. “Cada día es semejante al anterior, cada año igual al precedente, y así hasta la muerte…”
  3.- Estricta observancia de la Regla de San Benito. La orden trapense fue el resultado de revoluciones sociales y religiosas y llegó a una readaptación de aquellas reglas haciéndolas más estrictas. La vida con los benedictinos le pareció en comparación una delicia. “Un claustro cisterciense es un taller de trabajo donde se intercede por el prójimo, y una dura y espinosa tierra de expiación por las montañas de pecados que hemos acumulado desde el pecado original”.  
  En una ocasión Paddy se hace amigo de un antiguo trapense y le soltó una pregunta que siempre me habría gustado hacerle yo a ellos. “¿Qué sucede cuando un amigo es asaltado por la tentación?”. Le contestó que eran verdaderas luchas que llegaban a durar días. Todo eso en una vida llena de esfuerzo físico. Pero… ya lo decía Camus en el Extranjero, de todas las carencias de los presos, la falta de mujer es la más cruel de soportar.
4.- Quiso que los pasos le llevaran a visitar los monasterios escavados en el terreno poroso de la Capadocia. Verdaderas iglesias labradas en roca por monjes de no se sabe qué siglo. Se cree que eran antiguos viajeros huidos de la corrupción de Bizancio y Antioquía.
  5.- En el epílogo nos habla, tres años después de todos estos viajes, de diferentes órdenes repartidas por el Reino Unido. A pesar del retroceso de vocaciones dice que aún habrá unos mil que protegen lo mejor de la tradición.
  Me ha encantado el libro.
  Y lo mejor de todo, y admirable: Nunca le preguntaron por su fe.
 

2 comentarios:

Juan Herrezuelo dijo...

No he leído nada de este autor, pero esos reinos de la meditación y el silencio que son los monasterios representan el mundo en que me gustaría perderme. Más allá de reglas y maitines, anhelo ese aislamiento que conduce al interior de ti mismo.
Tengo encima de la mesa, eso sí, las Cinco historias del mar, de Pla, y voy paladeándolo como merece. Por ahora me quedo con ese elogio del aburrimiento del primer texto. Gracias por la recomendación.

Hermi dijo...

Murió Paddy hace un par de años ya muy mayor. Jacinto Antón le dedicó dos artículos magistrales para la triste ocasión en El País. Después de leer el libro El Tiempo de Los Regalos y Entre los Bosques y el Agua, libro que editó RBA hace poco sobre su viaje a pie por toda Europa con apenas dieciocho años, me ganó para siempre y, como digo, seguiré buscando sus libros. He visto algunos videos suyos en los que aparece en su casa rodeado de invitados, ya castigado por la edad, y sí que es verdad que debía ser un hombre de esos que alumbran los sitios por donde pasan.
Un saludo.