domingo, 20 de octubre de 2013

PATRICK LEIGH FERMOR. El Tiempo de los regalos. Entre los bosques y el agua.




  Editorial RBA. 699 páginas. Año 2011.
  Antiguamente los jinetes que habían de recorrer grandes distancias a caballo iban cambiando de monturas en diferentes posadas en las cuales se aprovechaba para comer y descansar después de jornadas interminables. El narrador de estos relatos de viaje no viajaba a caballo, lo hacía a pie, pero casi siempre encontraba una casa amiga, o un pajar, o un castillo, o un palacio, donde descansar y donde charlar con sus admirables anfitriones. Cada uno de éstos avisaba a la siguiente “morada” para que fuera bien recibido y en algunas ocasiones bien agasajado.  
  Debía ser este inglés, tan joven cuando emprendió el viaje, apenas diecinueve años, un tipo de un carácter sumamente atractivo, arrebatador. También, a tenor de las fotos, lo era físicamente. Sabía decir las frases adecuadas incluso con la dificultad del idioma.  Sabía escuchar. Por ejemplo, se ganó la admiración entregada de un padre y sus dos hijos judíos ortodoxos, tan inabordables, al interesarse vivamente por su religión y forma de vivir. Sabía reírse con sus recién conocidos amigos. Sabía enamorar. Cómo olvidar la aventura vivida con Ángela, una aventura sabida por ambos como de efímera pero de una intensidad eterna. Al leer este libro, como cuenta Jacinto Antón (De lo poco bueno que va quedando en El País) en el prólogo, uno hubiera querido ser él de tener más agallas. Se interesaba por las culturas de los sitios por los que pasaba, por los idiomas, por los mitos y creencias, por las palabras.
  Su padre se encontraba destinado en la India y su madre se marchó con su marido dejando al joven Paddy al cuidado de otra familia. Fue expulsado de varios centros de enseñanza y de una academia militar. Salió con casi lo puesto: unas botas de clavos, un abrigo militar, algunas libras y algunos libros (Horacio). Era diciembre de 1933 y su viaje duró, desde su Londres natal hasta su destino, Constantinopla, hasta enero de 1935.  El libro fue escrito en la isla griega de Kardamily muchos años después, donde vivía gran parte del año con su mujer Joan Elizabeth Rayner.
  Murió hace nada, en junio de 2011, en Worcestershire. Ya solo queda seguir el rastro de sus libros y seguir disfrutando de la historia de su vida increíble.

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