lunes, 26 de agosto de 2013

VIAJES POR EL ÁFRICA OCCIDENTAL. MARY KINGSLEY.



Hay que tener pelotas para ser una mujer que vive en plena época victoriana, recibir una renta suculenta después de la muerte de sus padres y embarcarse en un viaje hacia lo más salvaje del  África occidental. Lo suyo, lo lógico, hubiera sido irse a recorrer Europa o Inglaterra y disfrutar de su patrimonio como hizo su hermano, menor que ella. Pero no, prefirió irse allí a pasar calamidades pero, claro, si hubiera hecho eso no hablaría nadie de su aventura y no hubiera vivido las extraordinarias experiencias que vivió.  En un momento en que contemplaba un paisaje maravilloso se lamenta únicamente de no haber ido mucho antes, a pesar de los peligros de los animales salvajes, de los mosquitos y de los fang, una tribu caníbal de la que se hizo bastante amiga y con los que convivió por un tiempo. Parece que en todo grupo humano se reconoce la excelencia.
  Las peripecias de esta mujer están bien contadas, tienen su gracia. Nunca, debido a mi temperamento normalmente sedentario, me atrevería ni siquiera a algo parecido, pero me encanta leer cosas de personas extraordinarias que emprenden tamañas empresas. A ella, a tenor de este párrafo le pasaba lo mismo: “Hasta ahora mi literatura favorita era aquella debida a gentes que se habían entregado en cuerpo y alma a la montaña, que habían escalado los picos más altos…” y sigue “Por nada del mundo me vería enfrentada a estos supuestos, ni a cambio de nada me aventuraría en algo semejante. Son experiencias que valen, al menos para mí, para ser imaginadas sentada en un sillón cómodo…”. Pues eso.
  Otra cosa que me ha hecho gracia es que estaba un poco escaldad de los misioneros, de los predicadores. “Lo peor que le puede ocurrir a un africano es que alguien llegue y le diga, venga, voy a civilizarte, voy a llevarte a la escuela, voy a enseñarte religión”. Concluía que meter en la cabeza de los nativos esas ideas confusas sobre la religión hacía más fácil el sometimiento “Míster Ibea no aceptaba que los términos civilización y sometimiento fueran antónimos. Según él, eran sinónimos”.
  Mary Kingsley se molestó en aprender de los pueblos que visitaba. Su lengua, su cultura, sus ideas, sus mitos y religiones. Por ejemplo decía “Dios hizo negro al primer hombre” y al atravesar los ríos y las selvas se volvió blanco, convirtiéndose así, también, en el padre de los hombres blancos. Y concluye la teoría. “No, nosotros estamos bien así, tenemos nuestras danzas, nuestros tambores, todo lo que deseamos comer; no queremos ir al otro lado del río, donde viven los hombres blancos”. Pues eso.
  Kingsley nació en 1862, justo cien años antes que yo. Tras alistarse como enfermera en la segunda guerra de los Bores murió en 1900 de unas fiebres tifoideas.  Vida ciertamente corta e intensa, pero, entre otras cosas le dio tiempo a defenderse de un cocodrilo dándole de paraguazos. ¿No es emocionante?

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