Con el paso del tiempo me he ido dando cuenta de que mi estado de ánimo depende en gran parte de la clase de libro que esté leyendo. No quiere decir que si leo un libro cómico yo esté contento y si leo un libro trágico yo esté malhumorado o triste, no. He leído libros tremendos que me han causado una inmensa alegría como por ejemplo los libros de Primo Levi en donde se narran hechos espantosos. Pero doy a la vez gracias a la providencia que pudo salvar a un hombre como él para que pudiera dejarnos un testimonio tan poco rencoroso con el ser humano a pesar de lo que le tocó vivir.
Acabo de terminar hace pocos días un libro bueno, sin duda, pero que me ha hecho estar algo decaído. Son relatos, pequeñas novelitas de retazos de vidas ordinarias, vulgares, infelices en muchos casos, pero muy bien narradas. “¿Quieres hacer el favor de callarte por favor?” de Raimond Carver. Son historias de hombres y mujeres cuyas vidas parecen haber sido sembradas en tierras baldías. Figuras solitarias en ambientes urbanos y poco amables. Culpas, remordimientos, penurias, ruinas, mentiras. Como decía Albert Camus, los seres humanos nacen, luego mueren y no son felices.
En cambio acabo de comenzar a leer un libro prodigioso que me hace estar todo el día contento. Un libro lleno de encanto e ironía, de inteligencia y en el que permanentemente le hace tener a uno una sonrisa colgada en los labios. Su autor ¡qué lástima! dejó el libro a medio acabar porque se murió, pero da lo mismo: “Bouvard y Pécuchet” de Gustave Flaubert. Dos tipos vulgares, copistas en diferentes oficinas, se encuentran por casualidad y traban una estrecha amistad. A uno de ellos le cae una sustanciosa herencia y deciden irse al campo a “beber” de todas las fuentes de la ciencia y la cultura. Todo el libro es una sucesión de despropósitos en cuanto a la asimilación de la historia, la agricultura, la filosofía, la medicina, la higiene, la astronomía, el amor..., pero la falta de base y lo basto de lo que esperan alcanzar les hacen caer una y otra vez en la frustración. El estilo de Flaubert es como siempre, certero, ajustado en los adjetivos, ocurrente en las anécdotas, sutilmente humorístico.
Ayer vi y oí a varias contertulias hablar de la crisis, de lo mal que lo está haciendo el gobierno, de mociones de censura, de elecciones anticipadas. Las tías estaban cachondas, se relamían, se les notaba emoción contenida en la voz; por todo aquello del que, cuanto peor, mejor.
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