Después de preguntar en varias librerías (en La casa de libro y en Fnac tienen poco más de lo que pueda tener Carrefour) salí del Rastro y me dirigí a la Cuesta de Moyano. Antes pasé por una que no conocía y pregunté. Tenía y lo conocía. Lo compré y tanta fue la alegría que le compré el de Labatut, Maniac. Cuarenta y tantos. La librería es Sin Tarima.
En cuanto acabé con el anterior éste se saltó todas las esperas y lo he leído de un tirón. De este libro se habló en la Cultureta. Se lo pueden apuntar.
Lo primero que quiero decir que Los grandes cementerios es una gran bronca al pueblo español. Nos pone a parir y con razón. Él era parisino, católico y monárquico y aun así vio que el comportamiento de unos y otros era demencial, monstruoso. Tuvo una buena educación en Francia: “Doy gracias al buen Dios por haberme dado buenos maestros a la edad que todavía se ama a los maestros”.
Le pilló la guerra en Mallorca y las pasó canutas. Su hijo era teniente fascista.
Esto decía de lo que es el Terror: “Terror es todo régimen en que la vida o la muerte de los ciudadanos, huérfanos de la protección de la ley, están a merced de la policía estatal. Para mí, un régimen de Terror es un régimen de sospechosos”.
Me llevé el libro a pasear con Lys, la perra de mi hija (Qué mal suena). Estuve un buen rato leyendo sus páginas. Siempre que la saco a pasear enfilo a la Cuña Verde, un parque urbano situado a unos quinientos metros de donde vive. Desde allí, en lo alto, se ve todo Madrid, el skyline. Palacio real, Las cinco Torres, la Telefónica, la Casa de Campo, etc. Y al fondo la sierra de Madrid todavía con nieve. Está todo ¡tan verde! Dicen que Velázquez iba allí a pintar el fondo de sus cuadros. Cuando volvía nos hemos encontrado con una chica acompañada de una Border Collie. Han jugado un rato y nos hemos preguntado las cuestiones de rigor: qué edad tiene, de qué raza, si es juguetona, si ha tenido el celo, etc. Luego me ha demostrado que la tiene enseñada pues su perra le hacía caso cuando le indicaba saltar o subir una rampa. La mía pasaba, atareada con sus palos. Me fijé otra vez en sus ojos y vi que los tenía enrojecidos. Le he preguntado si era por la alergia. Y me ha contestado que no, que estaba pasando una mala época en su vida. No he sabido qué decirle. He sentido que le hubiera dado un abrazo. Debía ser algo mayor que mi hija mayor, treinta y tantos, y vencer ese impulso, un impulso de padre protector, se puede interpretar mal en estos tiempos. Estas rachas hay que pasarlas y es bueno llorar, le he dicho. Hay que llorar. Me ha dado las gracias por el consejo y le he deseado suerte. Cuando volvía a casa me he acordado de la frase de Camus: la gente nace, se muere, y no es feliz. En mitad de la reflexión mi perra se ha agachado y ha soltado una ñorda tan gorda que apenas me cabía en la bolsa. Luego le he cacheado el lomo diciendo: muyyy bien!
“La ira de los imbéciles llena el mundo”. Ay! Si el supiera! Su libro fue un alegato contra el fascismo que se implantaba ya en Europa pero sin advertir el comunismo que también sacaba los codos.
“El imbécil es sedentario, pero siempre ha leído con gusto los relatos de los exploradores”. En ese aspecto, y sólo en ese, me declaro un imbécil.
“Si Jesucristo viviera en nuestros días tendría que hacerse una posición, como todo el mundo, y bastaría con que dirigiera una modesta fábvrica para que comprendiera que la sociedad moderna, al exaltar la dignidad del dinero y subrayar la infamia de la pobreza, cumple su función con el miserable”.
“Lo que me asombra no es el desorden, sino el orden”. Cgarles Maurras.
“El proletario se ve a sí mismo como un cordero amenazado por el lobo. Mas para un pobre diablo el cordero se convierte en un tiburón hambriento presto a tragarse un pececito. Las fauces sanguinolentas que se abren en el horizonte los pondrán de acuerdo cuando los devoren a los dos juntos”.
“Yo viví en España el periodo prerrevolucionario. Lo viví con un puñado de jóvenes falangistas, honrados y valientes. Aunque no estaba del todo conforme con su programa, notaba que a ellos y a su jefe les embargaba un violento sentimiento de justicia social”. “Ciento treinta y cinco asesinatos políticos entre marzo y julio de 1936”.
“Para practicar libremente mi fe con arreglo al espíritu evangélico –me disculparán- no solo es preciso que me permitan practicarla, sino que no me obliguen. No se puede amar a Dios bajo amenaza”.
Resultado: me esperaba más historia y menos ensayo zapatillesco. Pero nunca viene mal la reprimenda de un pensador.
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