martes, 27 de febrero de 2024

CONTRA TODA ESPERANZA. NADIEZHDA MANDELSTMAN.


 


  Desde que publicaron este libro por primera vez, 2012, tenía ganas de leerlo. Suerte que lo reeditaron en 2022. En wallapop lo vendían más barato y lo compré estas navidades.

  Me ha gustado. A veces me dicen por qué leo libros donde se cuentan vidas tristes y desgraciadas. Creo que así podemos valorar mejor la suerte que hemos tenido de no tener que vivir una guerra o un régimen de terror. Ha sido tan abundante en la historia… He tardado once días en leerlo. Un poco más de seiscientas páginas. Acantilado.

  Por qué ahora y no antes. El empujón lo dio uno de los diarios de Ignacio Carrión. Contaba que estaba muy excitado porque se había hecho con un ejemplar. Así que me puse a buscarlo en cuanto acabé de leer la entrada.

“Por sí misma, la realidad no vale un centavo. Es la percepción lo que confiere significado a la realidad”. Del prólogo de Joseph Brodsky. Qué casualidad que empiezé Contra toda esperanza el día que Putin se cargó a Navalni. Qué pocas cosas han cambiado desde Stalin a Putin. Quizá que hay más dinero, más información (desde fuera) y bombas atómicas.

  Osip Mandelstman, el marido de la autora de las memorias, fue perseguido implacablemente por el régimen soviético. De campo en campo. Norte de Rusia: delito: unas poesías en contra de Stalin. Ella lo acompaña a pesar de que no está arrestada. Él intenta suicidarse nada más llegar y ella pide ayuda médica. No les hacen caso. “¿Qué pinta allí el médico? Escribimos lo que nos ordenan. Hacemos lo que nos ordenan”. Me he acordado del pobre Navalni, allá tan solo, tan aislado, tan frío.

 

 Quizá la lectura de estas memorias me haya inducido a tener pesadillas. Estábamos en un centro comercial enorme, inabarcable. Había jardines colgantes, repartidos entre escalinatas de mármol blanco, como en el edificio de la tarta nupcial en Roma. En una tienda me probé unas zapatillas de andar por casa. Salimos olvidando los zapatos. Cuando me di cuenta ya estábamos lejos y no sabíamos volver. Yo me miraba las zapatillas con gran pesar y en la salida pregunté en una especie de Checkpoint, soldados con barreras de paso. Me dijeron que era algo normal, que le ocurría a mucha gente y que volviera cuando estuvieran listos los zapatos perdidos. Entonces, mientras recordaba los detalles del sueño me brotaron un par de versos luminosos, casi perfectos. Pensé en levantarme para anotarlos. De ahí saldrá algo, seguro. Pero una fuerza inmensa me ataba a la cama. No te levantes, estos versos tan buenos los recordarás, pensé. Y los repasé en el duermevela, y luego, a lo largo de la mañana se fueron disolviendo hasta quedar en nada, y solo recordaba el sueño en ese centro comercial donde esa especie de monumento a Víctor Manuel II era solo una pequeña parte y donde me hallaba perdido calzando unas zapatillas que aún no eran del todo mías.

  Me acordé de todo esto porque en el libro de Mandelstman se habla del nacimiento de la poesía, de cómo las frases se convierten en una obsesión, cómo se convierten en algo ¿una melodía? que no pueden dejar de mascullar hasta que lo plasman por escrito, para quitársela de encima.

Se describe con gran detalle la persecución implacable de los intelectuales que se salían un centímetro de la línea oficial soviética marcada en la Unión de Escritores. Una frase, una estrofa, un poema, una conversación delante de alguien inapropiado, una carta interceptada, te podía mandar años a un campo de internamiento cerca del círculo polar. Si antes no te pegaban un tiro en la cabeza. Lo cual casi era hacerte un favor.

  En un momento de sus infortunios él le dijo a su mujer: “¿por qué se te ha metido en la cabeza que debes ser feliz? Mandelstman era un ser lleno de amor por la vida que jamás buscó el infortunio”.

 

  En los campos “Han clasificado a la gente por categorías y cada persona pasa hambre o come de acuerdo con su rango”.

  “De qué te quejas –me decía- éste es el único país que respeta la poesía: matan por ella. En ningún otro lugar ocurre eso”.

  Una escritora conocida de ellos les dio un consejo: “Opinaba que un escritor que no se consagrase enteramente al servicio de Stalin era un hombre perdido”.

  “Es sabido que todos aquellos que ansiaban proporcionar felicidad a los hombres, sólo les causaron inmensos males”.

  “Dadnos al hombre, que la acusación ya la encontraremos”.

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