jueves, 19 de octubre de 2023

VENECIA, JAN MORRIS, Y LAS CIUDADES IMPREIALES.

     Día 7 de octubre. Viajamos en vuelo directo a Praga. En la T4 densidad de viajeros. Veo pasar a mi lado a Luis Alberto de Cuenca, junto a una periodista cuya cara me sonaba. Lo nombré: mirad, Luis Alberto de Cuenca!! La periodista se dio la vuelta: Luis Alberto, mira, te han nombrado. Me sentí avergonzado y me acerqué: soy un admirador suyo, siento haberlo molestado. Me dio una mano blanda y casi asustada entre el gentío. Incliné la cabeza como ante un rey y me despedí feliz de haberlo conocido en persona. A pocas personas he visto que le tengan un amor a los libros más apasionado. Es un gran poeta y letrista de canciones inolvidables. Para el viaje me había llevado sin comenzar este libro sobre Venecia de Jan Morris, antes conocido como James Morris.  Durante las tres horas del vuelo no dejé de leer y temí que se me acabara antes de concluir la semana de viaje. La literatura que hay en los aeropuertos es generalmente infumable. Mucha auto ayuda, por qué será.   

  En menos de tres horas estábamos en Praga, la ciudad de Kafka. Sabía que me iba a gustar por eso y por su río, el Moldava, que pasa por debajo de sus puentes centenarios, como el de Carlos IV. Praga tiene magia y sus calles se recorren a pie mientras de vez en cuando te tomas excelentes cervezas no muy caras. Para completar la perfección de la ciudad llovía mansamente. Contemplar el brillo que desprenden los adoquines de sus calles causa un placer inmenso. Menos para los zapatos con sus tobillos. Visita al cementerio judío donde la guía nos habla de la leyenda del Golem. Me acordé de la lectura precisamente de Golem, de Gustav Meyrink, admirado por Borges. Por la tarde nos metimos en un concierto en la Capilla de los Espejos, donde un joven Mozart tocó el órgano. Un cuarteto de cuerda junto a una organista y una vocalista que era… guapa, alta, rubia y con una voz que me hizo erizar los bellos. Sobre todo cuando cantó, apenas a unos metros de mí, la famosa aria Rusalka, de Dvoràk. ¿Por qué está tan mal repartida la belleza, el talento? De camino a Budapest pasamos por Karlovi Vari, la ciudad balneario. Lujo, bosques frondosos, fuentes de agua caliente, tiendas de las mejores marcas, pastelerías selectas. Por mi lado pasa una mujer que parece haberse instalado allí. Va caminando con bastones deportivos. Es más o menos de mi edad. Muy delgada y con un color de muerte cercana. No se puede tener todo, pensé.

  La ciudad más sorprendente, Budapest. Inmensa. Esta sí fue, hace poco la capital de un gran imperio. El Danubio con sus maravillosos puentes y en las orillas a través de los kilómetros, palacios, iglesias, mansiones, grandes hoteles. Desde Buda, la más montañosa, viendo la majestuosidad de las llanuras de Pest. Qué gran ciudad. El problema: un idioma difícil.

  De camino a Viena pasamos por Bratislava. La bala incrustada de un cañón lanzado por Napoleón nos recuerda las batallas que se dieron en las cercanías. Y Viena, con sus palacios, sus jardines, su pujanza económica. Mal el guía. Mal la inflación que ha hecho de esta ciudad preciosa una de las más caras. Sus teatros de la Ópera. Los ciudadanos bien vestidos, perfectos burgueses que alegran la vista. Si existen la civilización seguirá a salvo.

Íbamos seis amigos, tres parejas, incrustados dentro de un grupo de cuarenta y tantos, organizados por una empresa de esas que trabajan para la Comunidad de Madrid para mayores de 55. Gentes amables y educadas, algunas, y otras folloneras, zafias, egoístas, de las que venderían el riñón del vecino por coger antes un asiento de ventanilla o la mejor mesa de los restaurantes. Cuánto me he acordado de la frase de Sartre: el infierno son los otros.



En apenas siete días cuatro países: Chequia, Eslovaquia, Hungría y Austria. El guía local nos dijo que les estaban friendo a impuestos, agravados con una inflación de caballo. A la vuelta coincidimos, otra vez en la T4, con Jesús Calleja y Carlos Sobera. Quizá venían de un programa de los suyos. Le hubiera preguntado cómo era eso de que estaba fuera de un plató. Y luego esa sensación tan placentera de los viajes: el regreso al hogar, a tu vida, sabiendo que durante unos días hemos conseguido estirar el tiempo como si fuera un chicle.

  Dejo aquí anotado que la voz que nos ha acompañado cada día, el guía fijo designado, tenía la voz de Pérez Reverte. Si cerraba los ojos podía verlo como en televisión mientras sermonea. A casi nadie le ha ocurrido. Le recomendé El Danubio el maravilloso libro de Claudio Magris que no conocía.

  El libro de Venecia se lee bien. Está estructurado en apartados tales como Las mujeres,  Piedras venecianas, Servicios urbanos… Por cierto, de este autor, autora, tenía otro libro, La coronación del Everest que ha desaparecido de mi biblioteca. Apenas he prestado un libro en mi vida pero por más que lo he buscado no ha aparecido. ¿Se habrá ido de expedición? La única explicación es el robo por parte de los que hicieron la obra el año pasado.

  No he ido a Venecia pero quiero remediarlo lo antes posible. Anoche mismo en un documental vi los problemas a los que se enfrenta en un futuro más o menos inmediato. Las mareas, los grandes cruceros, la infinidad de embarcaciones removiendo el cieno, maltratando las fachadas de los edificios.

  “Cuando se incendió el Palacio Ducal en 1479, lo único que quedó de las inscripciones de Petrarca en las paredes fue la libreta de Marin Sanudo, que se había tomado la molestia de copiarlas cuando inspeccionaba el palacio a la edad de ocho años. Más adelante, escribió una historia del mundo en cincuenta y cinco volúmenes”.

  “Un solo bofetón en la cara, administrado por una benévola lavandera, curó a mi hijo mayor, instantánea y permanentemente, de la desagradable costumbre de escupir”.

  “Durante el régimen de Mussolini, fue una ciudad fascista obediente, los ciudadanos descubrieron que era más fácil encontrar y mantener un puesto de trabajo si tocabas con la punta del pie la línea del partido”.

  “Visto sobre un fondo tan soberbio, donde el arte y la naturaleza se funden exquisitamente, el hombre puede dar una impresión repugnante”. Eso mismo pensaba yo observando a algunos, y algunas, de mis acompañantes.

  Hay que ver lo que hace un acto al principio baladí: “… una oscura mañana de 1499, cuando las noticias del viaje de Vasco de Gama llegaron a la ciudad (mucho antes de que el explorador volviese a Portugal), varios bancos de Rialto quebraron al instante”.

  “Venecia siempre ha sido exhibicionista y siempre ha recibido al lucrativo turismo con los brazos abiertos, pero fue construida para el comercio, el poder y el imperio”. “Venecia nació para la grandeza, es una ciudad construida por Dios y su destino evidente es servir de mediadora”.

  “…hoy en día los centinelas se pasean por las ceñudas fortificaciones cuadradas de los cuarteles con cara de aburrimiento supino, esperando a un enemigo que jamás, en mil quinientos años de historia veneciana, ha decidido atacar por ese flanco”.

  En la contraportada se dice que es posiblemente el mejor libro de viajes jamás escrito. Ay las hipérboles. Yo no diría tanto. He disfrutado más con nuestro paisano Javier Reverte, con Pla sin ir más lejos. No está nada mal. Me ha dado más ganas si cabe de viajar allí pero debo escoger algo difícil: establecer cuándo es el mejor mes para que haya la menor cantidad posible de turistas.

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