Son sobre todo memorias de cuando era joven en Málaga, en Madrid, dando sus clases de filosofía, la dictadura, la monarquía de Alfonso XIII, la llegada de la República, el desencanto, la guerra, el exilio, su viaje a Puerto Rico… A los pocos días de llegar a Francia llegó su marido, Rodríguez Aldave, oficial de las tropas en retirada.
Su estilo es culto, a veces telegráfico, efectivo. Y tiene referencias estupendas a escritores coetáneos y gigantes: Misericordia, la mejor novela que se haya escrito quizá después del Quijote en España”.
De vez en cuando un epigrama o algún poema: soledad sin descanso “Voy como si fuera preso; detrás camina mi sombra, delante mi pensamiento”.
Sanz del Río, el que trajo el krausismo de Alemania, “que llegaba hasta lo ininteligible al ser traducida al castellano”… “Nació así la Institución Libre de Enseñanza en este ambiente espiritual del krausismo”.
De Unamuno: “todas las tardes iba hasta la raya misma de la frontera y a voces insultaba al dictador”. Vivía en París. “Ortega por el contrario, había permanecido en su puesto sin dar grandes señales hasta el momento de inquietud ante el fenómeno de la dictadura”. “Uno de esos raros escritores -refiriéndose también a Ortega ¡cómo me ha gustado esta observación- que permiten creer que uno ha escrito lo que lee”.
Hablando de guerra sí o no (hay guerra se quiera o no) en el libro que leo de Zambrano, que precisamente era republicana de izquierdas, habla de que España debería haber entrado en la primera gran guerra. “perdimos la ocasión de sincronizar. Hubiera sido triste como lo es participar en una guerra, pero si hubiésemos entrado nuestra situación sería diferente; quizá hubiéramos de verdad entrado a formar parte del mundo de Europa, a vivir en un ritmo común”.
Sirva esta lectura para demostrar que nunca hay que dar a un libro por perdido por muchos años que hayan pasado.
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