sábado, 7 de enero de 2023

FRANZ KAFKA. DIARIOS.

     Lo vi en la última feria del libro de ocasión del Paseo de Recoletos. Qué buen sitio para tales eventos. Seis euros. Al final lo saqué por cinco al comprar otro. Pero lo que me decidió fue ver que el traductor era Andrés Sánchez Pascual. Garantía de calidad. Con prólogo de Jordi Llovet.

  Los diarios abarcan desde el año 1910 al 1923. Algunas veces exhaustivo, otras parco. Unas veces lleno de sustancia, otras pesadete. Cuando veo que las letras van planas, lisas, sin accidentes geográficos que destacar, leo rápido. Cuando veo una protuberancia, bajo la velocidad. Aun así he tardado ocho días en leerlo.

  Plano plano y de pronto se pone a describir la cabaña en la que debía vivir por una temporada. Y se encuentra con la presencia de las ratas. Divertidísimas. A una de ellas la ensarta con su cuchillo y la clava en la pared de madera para observarla. Y cuenta de sus manitas y sus uñas. Cómo parecen así tendidas implorarle algo. Fantástico.

  Mienta a muchos escritores de su época y anteriores. Mucho a Goethe: “Alguien que no lleva diario no es capaz de valorar un diario correctamente”.

  Kafka era un empleado de una compañía de seguros estatal. Más o menos. Un burócrata que cumplía con la mala conciencia de estar perdiendo el tiempo para su obra. “En la oficina cumplo casi siempre mi deber, estoy bastante tranquilo si sé con seguridad que mi jefe está contento, y mi situación no me parece horrible”.

  De vez en cuando una cita de otro. En este caso del filósofo Moses Mendelssohn. Siempre el trabajo finísimo de los judíos. Cada vez más judío en el plano cultural: “¡Cómo me fastidia el universo entero!”.

  De alguna manera me identifico. Pocas personas como yo mismo he conocido que se encuentren tan a gustito solas. “Necesito estar solo mucho tiempo. Todo lo que he conseguido hacer es producto únicamente de mi soledad”. Aunque tiene razón Miriam Moreno, la mujer de Trapiello, cuando dice que hay que diferenciar entre soledad y solitud. Esta última acepción más cerca de un estar solo voluntariamente. He terminado un poco harto de vino, de comida y de compañía.

  Sí, Kafka también estuvo en los burdeles. Y cuenta como de pasada la historia de una violación como quien no quiere la cosa. Páginas 257 y siguiente. “…solo por miedo y confusión seguía manteniendo los ojos cerrados, no podía crearle problemas; él, un hombre alto, fuerte, podía echarla a un lado con la punta del pie. Ella era débil e insignificante, ¿podía tener los sucedido importancia como para que lo recordara a la mañana siguiente?”.

  Su entrada más famosa: 1 de agosto de 1914: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación”.

  Me he identificado con muchas de sus reflexiones. “Soy incapaz de soportar preocupaciones y quizá esté hecho para morir de preocupaciones”. Necesito que todo esté en su lugar. Que nada gotee, que las ruedas estén justo en su punto de dureza, que las facturas estén pagadas. Otra cosa me atormenta.

  Hacia la página 450 interrumpe sus diarios para contarnos la lectura de las Memorias del general Marcellin de Marbot en las guerras napoleónicas. Estupendas páginas. De lo mejor. Detalles de tragedia en la guerra. Suicidios.

  Hablando de tragedias también se hace eco, como en los libros de Camus de noticias de prensa: “Dos niños, solos en casa, se metieron en una maleta grande, la tapa se cerró, no la pudieron abrir y se asfixiaron”. 

  Estos diarios están hechos en crudo. Se los entregó a su última compañera y, a la muerte del escritor, entregados a su amigo Mx Brod. Se nota que muchas páginas están sin elaborar. No son (a mí me gusta mucho más) como los diarios de Trapiello para quien utiliza los diarios, notas tomadas, para componer más tarde un artefacto literario con todas las piezas en su justo lugar. Así caminan engrasados y donde sus lectores se suben y disfrutan del paisaje. Ya sea este de invierno y triste o de verano y alegre.  

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