“EL hombre mora en su lengua”. Hans Johst. Ya lo vaticina Víctor Klemperer que estudió cómo los nazis se apropiaban del idioma, de las palabras.
Cuenta escenas espeluznantes. Como ese matrimonio en la cola para ser fusilados con dos niños pequeños en brazos: “Por favor, mein Herr, fusile bien a los niños”.
El libro tiene una caja y dentro una serie de recortes de prensa, fue un acontecimiento editorial en el año 2007. También, grapada, una hoja de cuaderno en la que el lector dice haber estado compungido durante su lectura y, confiesa, haberse saltado algunas páginas. Coincido.
Me lo vendió una joven cerca de la Plaza de España por walapop. 7 euros, en la edición de lujo. Me dijo que no lo había leído, que era de su padre y que no tenía espacio en su casa.
El personaje narrador establece contacto con infinidad de personajes, unos inventados y otros reales como Goebbels o el mismo Hitler. También se da voz a pobres judíos perseguidos.
“Con el fascismo, las personas no tenían valor alguno en sí mismas, eran objeto del Estado y la única realidad dominante era el propio Estado”.
Me ha llamado la atención una disquisición de las maneras que tienen de morir los soldados en la guerra. A veces uno es tocado por una esquirla en el gemelo y muere desangrado mientras que en otra ocasión es atravesado en la sien de parte a parte y va a pie hacia la enfermería.
Una novela merecedora del premio Goncourt y Gran Premio de novela de la Academia francesa. Sí, también a mí me ha parecido merecedora de esos galardones. Pero creo que cada vez será menos frecuente hacer estas novelas emparentadas con las del XIX. Y el caso es que me compré otro libro suyo, Los cuadernos de Homs sobre su paso por Siria. Veremos.
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