De Antony Beevor he leído casi todo lo publicado en español salvo la Guerra Civil española, quizá por saturación. Y me gusta porque mezcla lo pegado al terreno a la alta historia. Utiliza mucho material de archivos. Archivos de esos en los que hay que tener mano e influencia. Y es –para mí lo primordial- un magnífico narrador.
Comienza el libro detallando el mundo de los zares. Tremendo, como el mundo del Versalles más desmesurado instalado en el siglo XX. “Había también otra guardia de honor cuyo deber consistía, al parecer, en mantener las espadas en alto durante cinco horas consecutivas”.
“Rusia todavía es más asiática que europea y, en consecuencia, debe regirse por un gobierno autocrático”.
A principios de 1917 solo hay una duda: si la revolución se va a producir en plena guerra o justo después. Y estalló por inercia.
Rescata citas para “fotografiar a los protagonistas: “No era como Kerenski, capaz de hacer que la masa se enamorara de él y derramase lágrimas de arrobamiento… Lenin simplemente machacaba, con su instrumento poco afilado, golpeando una y otra vez en el rincón más oscuro del alma”.
Una vez que la revolución estalla ya es difícil pararla. Pensaban que las minorías nacionales estaban hartas del machaque zarista y que un poco de apertura haría que las cosas mejorasen, pero ya era tarde para todo.
“Al igual que Lenin, Trotski no tenía tiempo para la democracia”. Los bolcheviques no intentaban convencer a la audiencia, “sino por la simple repetición de los eslóganes”.
Y comienzan las campañas de terror: “Me contaban que cuando nuestras tropas irrumpían en un poblado, las mujeres se untaban con excrementos la cara, los pechos y el cuerpo, de las rodillas a la cintura, para que no las violaran. Pero los soldados las limpiaban con harapos y las violaban igualmente”.
“En aquellos tiempos violentos todo el mundo sospechaba de cualquier persona con gafas”.
“Los bolcheviques aprobaron el traslado de familias pobres a los apartamentos de las zonas residenciales, pero no solo con el fin de distribuir la vivienda de una forma justa; también era una variedad de venganza popular, además de una posibilidad de introducir ojos y oídos entre los enemigos”.
Y contemplar cómo el pasado contamina al presente: “Quizá no sea exagerado decir que hoy el bolchevismo supone para Europa un peligro bastante mayor que el militarismo alemán”.
He echado en falta que se hubiera explayado más en la detención y ejecución de la familia imperial.
Y siguen las purgas: “A las cuatro de la mañana del 7 de febrero de 1920 se fusiló tanto a Kolchak como a Ppeliáyev, que en la confluencia de los ríos Angará y Ushkovka, y se dejó caer los cadáveres por un agujero del hielo”. Y todo en el más espantoso de los climas: “Hizo tanto frío que los pájaros se helaban mientras volaban y caían al suelo como piedras”.
Y las bestialidades de los bandos: Demasiado a menudo los Blancos representaron los peores ejemplos de la humanidad. Pero en lo que atañe a la inhumanidad implacable, nadie superó a los bolcheviques”.
Magnífico Beevor al que seguiré leyendo mientras las dioptrías me lo permitan.
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