viernes, 11 de febrero de 2022

UN HOMBRE ACABADO. GIOVANNI PAPINI.


 


  Como ya conté hace unos meses, a Papini lo “conocí” en Córdoba durante el viaje que hicimos el verano pasado. Paseábamos por la calle paralela al río, llena de restaurantes y bares y de pronto el escaparate iluminado siendo tan tarde como era. Y allí compré El Libro Negro. Pues bien, más tarde supe que Cálamo había publicado una nueva edición de su autobiografía, Un hombre acabado. Y debo decir que a pesar de que muchos la consideran una obra maestra a mí me ha decepcionado un poco. Es un libro en el que la impresión que saca uno es que Papini se queja. Se queja de todo, de su fealdad, de ser antipático, de no relacionarse con los demás, de estar siempre enfermo, de no tener el talento que él hubiera deseado.

  La verdad es que me costó encontrarlo. Hube de recorrer algunas librerías para dar con él. Es, como recordaba Borges, un autor olvidado y poco leído. Menos mal que en la Casa de libro de Gran Vía lo tenían.

  El libro comienza por su infancia para confesar que no ha tenido infancia. Que era solitario y que desde muy niño, sin apenas saber leer se enfrascaba en los libros. También en paseos solitarios por las montañas cercanas: “La campiña me educó tanto como la biblioteca”. Y pronto, ya siendo un jovencito ariscón y discutidor dice: “Regresábamos a casa roncos, atontados, sin una certeza, sin un punto de apoyo, con la duda de que esta mezcolanza de definiciones, dilemas e inducciones no fuera más que el efecto de un ridículo equívoco, de una simple y humilde cuestión de palabras”. Tampoco es que el hombre se dejara querer: “Otros me odiaban, y precisamente esto era lo que yo quería, pues siempre he sentido más necesidad de enemigos que de amigos”, para a continuación hacer un ejercicio digno de lástima: “…y adivinaban que bajo mi armadura gorgonesca se escondía un pobre poeta sentimental, capaz de una amistad más sincera que la de los garbosos jovenzuelos”.

  Se ha tenido a Papini como ejemplo del autor que ha ido convirtiéndose al cristianismo, al catolicismo, a la Iglesia a través de su vida. “Había vuelto a leer los Evangelios en busca de Cristo; había entrado de nuevo en las iglesias para encontrar a Dios”. “…la necesidad de creer, de volver a ser niño”.

  “El hombre de demasiados libros es como un albañal que de todo lo que pasa por él solo retiene las heces. Yo soy uno de estos hombres. Mea culpa”.

  Y qué curioso, a punto de cumplir mi sesenta cumpleaños: “Los hombres son casi siempre niños, incluso a los sesenta años, y tienen necesidad de estos pasatiempos; tienen necesidad de invenciones y de aventuras, de cosas pintorescas y patéticas”.

  Bueno, pues ya lo he leído. Ahora a esperar para hacerme con su deseada Gog, el libro del que nació años más tarde El Libro negro.

No hay comentarios: