Hay determinadas editoriales que me son especialmente atractivas. Una de ellas es TusQuets. Así, cuando vi este libro en un ordenado y limpio puesto del Rastro me llamó la atención. También el autor, exitoso autor teatral y suertudo al poder tener por un tiempo a la erótica y mitológica Marilyn Monroe. En realidad más que ensayos son artículos más o menos elaborados.
Cuenta al principio su infancia en Brooklyn, su paso por la universidad de Michigan, las guerras, la depresión, la persecución de los antipatriotas (MacCarthy), etc. Me ha hecho gracia una anécdota que cuenta. Como era tan malo en el instituto no le dio la nota para entrar en la universidad pero le envió una carta al decano diciéndole que había trabajado duro en unos almacenes y que era de familia humilde y que, en definitiva, pedía una oportunidad. El decano, deslumbrado por el efecto de la carta lo admitió. Entonces “Decidí demostrarle al decano que no se había equivocado al darme una oportunidad y, durante el primer cuatrimestre, estudié con tal ahínco que, en el examen de historia, la mente se me quedó en blanco y el profesor me ordenó que saliera de clase, me fuese a dormir y luego volviera a hacer el examen”. Cuánto me he sentido identificado. Me pasó exactamente lo mismo con la diferencia que en vez de enviarme a casa me envió a la clase de las chicas. De la que una, al parecer, estaba yo profundamente enamorado.
Yo creo que la historia de Pablo Iglesias en este país se puede comparar a la del senador McCarthy de los años cincuenta en EEUU. Este manejaba el siguiente silogismo: “puesto que él estaba total y furiosamente en contra del comunismo, todo aquel que se le opusiera estaba por fuerza a favor del comunismo, aunque solo fuera porque estaba en contra de McCarthy”.
Arthur Miller habla del escándalo de Clinton a cuenta de las felaciones. Se refiere a la histeria colectiva que se montó por un asunto que no deja de ser un poco frívolo. “Pero lo extraño e interesante es que el público, ese gran semental al que tan a menudo llevan al abrevadero, en esta ocasión ha sumergido la cabeza pero se ha negado a beber, tal vez porque ha percibido el olor rancio de la manipulación política”.
“…Cualquiera que en el Salem de 1692 hubiera negado la existencia de brujas habría sido encarcelado de inmediato, le habrían sometido al más duro interrogatorio y, probablemente, lo habrían ahorcado”. “Me defendí, y me parecía que lo estaba haciendo juiciosamente cuando la señora en cuestión se puso a gritar diciendo que estaba matando a los muchachos en Corea. A juzgar por la espuma que se le formaba en la comisura de la boca, por el furor de su mirada y la manera en la que me señalaba el rostro con un dedo, era evidente que me consideraba personalmente responsable de la matanza”. En una de las sesiones de las practicas antiamericanas.
“El pecado del poder consiste en que no sólo distorsiona la realidad sino que convence a los ciudadanos de que lo falso es verdadero, y que lo que está sucediendo es sólo una invención de los enemigos”.
“El hombre no sólo es bueno por naturaleza, sino que con mayor frecuencia es chino”.
“Cuando finalizó el contrato del hipnotizador, en el pueblo sólo había una persona que no creía en la hipnosis, y esa persona era yo”. Esa persona era el que había sido hipnotizado entre comillas. Sólo hizo como que le hipnotizaba por reparo.
El último capítulo del libro de Arthur Miller, Al correr de los años, se titula Sobre la política y el teatro. Uno de los que más me ha gustado. Y confirma lo que siempre he sabido: un político es tan bueno como buen actor sea. A uno se les da mejor que a otros como pasa en cualquier ámbito. A Pedro Sánchez le gusta su papel. Él es presidente porque ha nacido para eso. Y su ropa, sus gafas, sus poses, sus andares, son para la escena, puro teatro. A Casado se le nota mucho que actúa. Él es un joven brillante pero al que le viene grande su cargo. Se ve que es manipulado enteramente por el sibilino García Egea. Dice Miller: “Los dirigentes políticos de todo el mundo han llegado a la conclusión de que, para gobernar, deben aprender a actuar”. “Inevitablemente, para manipular de ese modo al público, se requiere una actuación teatral”. También cuenta una anécdota sabrosa. Jacob Ben-Ami triunfaba en Nueva York con una obra hablada en yidish. Contenía una escena por la que mucha gente iba a verla y luego se marchaba. La escena era que se ponía al borde del escenario, se apuntaba con una pistola y lograba crear tal tensión que el público solo esperaba ya la detonación y los sesos repartidos por las paredes. Sudaba, apretaba las mandíbulas. Al final tiraba la pistola y decía: no puedo hacerlo. Un joven actor le preguntó cómo lograba alcanzar esa tensión tan desesperante. “Cuando haga mi última función te lo cuento”. Ese día llegó y se lo contó. “Lo que más detesto por encima de cualquier otra cosa es lavarme con agua fría. Trato de imaginarme bajo una ducha helada”.
Me ha gustado mucho y ha merecido la pena los cinco euros que me costó. Ahora tengo una imagen más solvente de Miller que la que tenía antes: el suertudo que pudo tener a la mítica Marilyn Monroe.
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